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CAPÍTULOS 10-13

CAPÍTULO 10



-Creo que le gustas.
Olga y yo nos dirigíamos al salón de actos, donde se supone que ahora había una comida para los nuevos alumnos, aunque yo seguía preguntándome por qué nosotros, los nuevos, no podíamos ir a la reunión. Se lo pregunté a mi padre y la única respuesta que obtuve fue: “es algo complicado Daniel”. ¿Complicado? Complicado es intentar chuparte el codo, no explicarme por qué yo no podía estar allí. Pero en fin, dejé de darle vueltas. Ahora el problema era Pierre y esa chica, Sharon. Le estaba contando lo sucedido antes en la presentación, a Olga y ella llevaba casi cerca de veinte minutos insistiendo en que Sharon era una puta y en que a  Pierre  yo le gustaba. Tonterías.
-No le gusto, además, ni quiera me conoce.
-Por eso mismo, no te conoce y a Sharon sí. –Aunque Olga era nueva aquí, su hermano le había puesto al corriente de todo lo que ocurría en Vertoba. Quiénes eran los mandamás, quienes los pringados y con quienes debía y no juntarse. Al menos, eso nos serviría de algo útil- Mi hermano me ha dicho que es la típica niña pija, hija de papi y mami a la que le dan todos los caprichos y que está aquí porque aportan una suma económica importante.
-Bueno da igual. Hoy no es que sea mi mejor día y eso que acaba de empezar. Esta mañana lo del chico que me estaba espiando…
-Espera, ¿espiando? –mi amiga se detuvo de golpe en el final de las escaleras, con cara de sorpresa. Vaya, eso se me había pasado contárselo.
-Ah, sí, esta mañana me levante temprano y fui al claro del bosque a tocar la guitarra y al irme vi que había un chico, Alex, creo que me dijo.
-¿Tocas la guitarra? ¡Qué pasada! Tienes que enseñarme.
-Oh por Dios, ¿queréis dejar de decir eso? Sí, toco la guitarra, no sé, no es algo del otro mundo. –Seguí andando, dejándola atrás y obligándola a correr un poco.
-Vale, perdona –se disculpó- ¿Alex, has dicho que se llama? ¿Y por qué crees que te estaba espiando?
-Sí, eso me dijo, yo no le dije mi nombre, estaba enfadada. Pues no sé, cuando no conoces a alguien y le pillas mirándote desde detrás de unos arbustos… ¿tú que pensarías?
-Tienes razón, pensaría igual. Pues no sé quién puede ser, si es de aquí, ya le veremos ¿no?
-Sí, supongo que sí.
-¡Eh, chicas! ¡Esperad! –Era Peter que hacía una especie de espasmos con los brazos y corriendo detrás nuestra.
-¿Qué se supone que hace con los brazos?- Le pregunté a Olga.
-¿Qué coño haces Peter?
-Llamar vuestra atención, no quería entrar solo, no conozco a nadie y a pesar de ser todo un macho –se golpeó fuertemente el pecho con los puños cerrados- a veces soy tímido.
-Ya, todo un macho- añadí entre risas - ¿Y Bianca?
-Dijo que nos veía ya allí.
-Cierto –reanudé la marcha- Pues vamos, debe de estar esperándonos.
-¿Ya tenéis los horarios de las clases? –Peter nos miró a ambas con cara dubitativa, como si lo que acabase de preguntar fuera algo del otro mundo.- Quiero saber si me toca con alguna de vosotras.
-No.
-Espero que no -sonreí amablemente- Era broma. Supongo que a nosotras nos lo darán mi padre y su hermano.
En efecto, Bianca nos estaba esperando apoyada en la pared, enfrente de la puerta del salón donde se celebraba la comida, con aire de indiferencia a todo lo que pasaba a su alrededor. –Vale, Bianca y Peter son tal para cual, seguro que acaban liados a final de curso-. Se separó de la pared nada más vernos y vino hacia nosotros con una amigable sonrisa.
-Hola, chicos.
-Hola –contestamos los tres a la vez.
-¿Entramos? –preguntó Peter adelantándose a nosotras.
-No estaría mal, no me apetece pasarme aquí toda la mañana, además tengo un hambre espantosa –Olga se frotó la barriga para cerciorar su comentario.
-Entremos pues.
El salón estaba muy distinto a como lo vi las veces anteriores. Una luz dorada cubría toda la estancia, haciendo que el color  de las copas de champan que llevaban los camareros en sus bandejas, se intensificara hasta el punto de obtener un brillo suave y a la vez dañino en los ojos. Las sillas habían desaparecido y en su lugar había mesas rectangulares, de una punta a otra del salón, cubiertas con manteles blancos con motivos rojos en los bordes y repletas de comida exquisita, que desprendía un aroma que solo con olerlo hacía que tu estómago gruñese de dolor.
-Ummm, que bien huele todo –Olga tenía una sonrisa de placer, como si en su vida hubiera olido nada igual mientras que seguía frotándose el estómago- no sé vosotros, pero yo hoy voy a comer como nunca en mi vida y voy a empezar por aquél estofado de allí, que me está llamando a gritos. ¡Vamos!
-Glotona –la miré con ojos socarrones- lo cierto es que sí, yo también tengo hambre.
La hora restante nos la pasamos comiendo de todo un poco, probando una porción de estofado, un poco de salsa de arándanos con pan agridulce, pequeñas tostaditas de paté de pavo, manzanas caramelizadas y muchos platos y sabores nuevos, que mi paladar, en lo que tenía de vida, había probado y todo esto intercalado entre pequeños sorbos de champan, que los camareros te ofrecían amablemente.
-Creo que voy a reventar. –Y así era, mi estómago estaba gruñendo, pero no de hambre como antes, sino de dolor, no había parado de comer desde que entramos y ya llevábamos cerca de una hora- Chicos, yo lo siento, pero creo que me voy a ir a mi habitación, no me encuentro bien, he comido demasiado y ese champan me ha mareado un poco.
-Yo también me voy a ir si quiero salir viva –Bianca tenía un color verdusco en la cara- tampoco me encuentro bien.
-Chicas, en nada que coméis un poco más de la cuenta, ya decís que no os encontráis bien- Peter seguía comiendo un muslo de pollo con salsa de miel- Tenéis que ser menos blandengues y darle un poco de vidilla a vuestro estómago.
-Habla por ella, yo me encuentro perfectamente, es más, creo que cogeré un poco de eso –señaló con el dedo índice  el muslo que Peter se estaba comiendo.
-Muslo de pollo con salsa de miel –contestó este con la boca llena.
-Solo de oírlo se me hace la boca agua. Bueno chicas –se dirigió a Bianca y a mí- esta noche nos vemos a la hora de la cena, si no, me pasaré por vuestros cuartos y os veré, a ver si os encontráis mejor. O mejor, ¿por qué no os venís esta noche a mi habitación? Teno una botella de Vodka Rojo que le quité el otro día a mi hermano.
-Lo consideraré –respondí agarrándome con fuerza el estómago- Si me disculpáis, tengo que irme.
Eché a correr pasillo arriba hacia las escaleras que conducían a las habitaciones, si no, echaría la pota allí mismo. Sentía que el estómago se me encogía más y más hasta el punto de pensar que era del tamaño de una nuez. No aguantaría o corría más rápido o no me podría aguantar.
Abría la puerta de mi habitación de un empujón tan grande que casi la desprendo de sus goznes. Pensaba que no llegaría y al fin llegué al baño, justo a tiempo para echar por la boca todo lo que había entrado antes.

-Cariño, abre, soy yo, papa –mi padre no paraba de aporrear la puerta del cuarto de baño, pero yo no era capaz de incorporarme del dolor de estómago que tenía- ábreme.
-Papa, estoy bien –dije entre arcadas- vete.
-Daniel, voy a abrir.
-No, papa ya voy…
No me dio tiempo a terminar la frase cuando mi padre entró por la puerta, dejándome ver la expresión de horror de su cara, ¿tan mal aspecto tenía?.
-Por el amor de Dios ¿Qué te ha pasado? –mi padre se agachó para ayudar a que me incorporara, poniéndome de pie y ayudándome a salir del baño- Un tal Peter y Olga vinieron a avisarme de que tu y otra chica no os encontrabais muy bien y estaban preocupados. Dijeron que habían estado llamándoos pero que no contestabais.
-Bianca –recordé que ella tampoco se encontraba bien- ¿cómo se encuentra?
-Está bien, le di a tus amigos un té de hiervas para que se lo dieran –me sentó en la cama y me arropó con dulzura con la manta azul.
-Vale –al sentarme sentí como una nueva arcada venía directa hacia mi boca y de no ser porque ya no tenía nada en el estómago, habría vuelto a vomitar.
-Toma cielo –me tendió una taza negra con un líquido oscuro en su interior- tómatelo todo, te sentirás mejor.
-¿Qué es? –me llevé la taza a los labios untándomelos con ese mejunje, dejándome un sabor agrio, pero a la vez dulzón.
-Son unas hiervas, te ayudaran a recupérate. ¿Qué te ha pasado?
-No lo sé, estaba bien hasta después de comer esa comida que nos pusieron en el salón de actos.
-Vaya… -mi padre se me quedó mirando con cara dubitativa mientras me acarició una mejilla- ya pasó cielo.
Ese té estaba bastante bueno y no tuve reparos en acabármelo de un sorbo antes de que mi padre me arrancase la taza de las manos y la pusiera sobre la mesilla.
-Ahora descansa, cielo. Yo tengo que irme, pero esta noche vendré a verte.
-Vale papa –mi voz sonó adormecida. No sé qué llevaría ese té pero me había quedado atolondrada aunque el dolor de estómago se me había pasado.
-Te veo esta noche.

-Despierta, despierta, despierta.
Alguien me estaba zarandeando y no con cuidado precisamente y a pesar de las ganas que tenía de soltarle un guantazo y seguir durmiendo, me las reprimí y di la orden a mis párpados de que se abrieran para poder ver a esa bestia que me estaba despertando de esa forma. Al principio no distinguí bien quienes eran pero al poco me di cuenta de que eran Peter, Olga y Bianca. ¿Bianca?
-Uf menos mal, llevamos cerca de media hora aquí esperando a que la bella durmiente despertase. –Dijo Peter con un tono exagerado- ¿Cómo te encuentras?
-Ya estoy mejor, apenas me duele… -me incorporé en la cama, apoyando mi espalda en el cabecero y llevándome las manos al estómago. ¡Ya no me dolía!- Rectifico, no me duele.
-Las hiervas de tu padre son fantásticas ¿verdad? Ellos me las llevaron antes a mi cuarto y nada más tomármelas el dolor se pasó.
-¿Y tú como te encuentras Bianca?- estaba interesada de verdad, sabía lo que había sentido.
-Ya estoy mejor, aunque sigo con sueño.
-Sí yo también. ¿Qué hora es?
-Pues… -Olga se miró su reloj de correa amarilla- son las siene menos tres minutos, justo la hora de bajar a cenar.
-¿Cenar? No gracias, yo ya he comido suficiente por hoy, creo que seguiré durmiendo.
-Yo tampoco voy a bajar –dijo Bianca- no tengo hambre y como he dicho sigo con sueño, a si es que si me disculpáis –se levantó del suelo y se fue hacia la puerta- yo me voy chicos.
-Espera –Peter la siguió- yo también me voy, ¿vienes Olga? Yo si ceno.
-Ems… sí, mi estómago sigue con hambre.
-¿Cómo es posible que comas tanto y estés en los huesos? –Era increíble lo delgada que estaba y todo lo que podía comer, la verdad es que me sorprendía.
-Soy de metabolismo rápido –se rió- Bueno bella durmiente, descansa, que mañana nos espera un día largo. Ah, casi se me olvidaba, tu padre me dijo que lo sentía, que no iba a poder venir, seguían en la reunión, me dijo que te diera el horario –me indicó con un gesto de la cabeza que estaba encima de la mesilla- te lo puse allí. Tenemos prácticamente las mismas clases. Adiós.
Cogí el horario de las clases para echarle un vistazo y ver qué clases tendría al día siguiente y si con un poco de suerte mi padre no sería el que me diera historia. Pero no la hubo. A demás, mañana empezaba bien el día, con lengua inglesa y lo peor de todo es que la persona que daba las clases era la directora. Perfecto.
Decidí que lo mejor sería volver a dormirse, no tenía nada que hacer, tampoco tenía ganas de cenar y mañana me esperaba un día largo a si es que apagué la luz y volví a tumbarme en la cama. Por suerte el sueño estaba a mi favor.

Como las clases el primer día empezaban a medio día, no tuve que madrugar y alargué todo lo posible mi estancia en la cama. No me levanté muy temprano ya que lo único que tenía que hacer era ducharme y preparar los libros, porque lo bueno que tenía el uniforme es que no tenía que pensar el día anterior que ropa ponerme al día siguiente, además, me levanté sin hambre, el té que me dio mi padre saciaba mucho el apetito, no obstante,  me tomé una chocolatina antes de vestirme.
Para el primer día escogí el uniforme en su modelo negro, el azul marino y el rojo no me gustaban mucho, a si es que me los pondría lo menos posible. La falda negra plisada me llegaba a la mitad de los muslos y la camisa blanca, debajo del jersey, me quedaba un poco amplia, por suerte no se notaba a penas. No tenía otros zapatos a si es que me puse mis botas negras, que le daban un toque personal al uniforme.
Volví a revisar mi horario para poder coger las asignaturas del día –lengua inglesa e historia- y guardarlas en el nievo bolso de clase que mi padre me había regalado antes de venir.
-En fin –di una vuelta por la habitación para asegurarme de que lo había guardado todo, antes de mirarme en el espejo y aplicarme un poco de máscara de ojos. Pensé en que mejor sería no maquillarme los ojos de negro para ir a clase, aquí la gente parecía muy estirada- esperemos que todo salga bien.
Estaba cerrando la puerta con llave, cuando noté unos golpecitos en el hombro.
-Hola Daniela, quería presentarme. Soy la prefecta, pero llámame Carol.
La chica que me habló era más o menos de mi estatura, con un pelo rubio y perfectamente planchado que le caía sobre los hombros hasta la altura de las caderas. Llevaba la versión azul del uniforme, pero con las medias grises y las bailarinas negras.
-Hola.
-La directora me ha enviado para avisarte de que estoy al cargo de todo y que si necesitas ayuda no dudes en pedírmela.
-Oh vaya, muchas gracias –parecía amable, aunque me di cuenta de que era una de las chicas que participó en mi humillación el día anterior.
-No tienes que darlas, es mi deber. Ahora si me disculpas he de irme, adiós
No le respondí, directamente me fui directa a las escaleras e irme a mi primera clase. No quería llegar tarde el primer día.

Era la segunda clase a la derecha, una con una puerta vieja y astillosa –a conjunto con la directora- pensé con una sonrisa tonta en la cara. La mesa del profesor estaba situada enfrente de la puerta, mirando hacia los pupitres de los alumnos, colocados de a dos.
La clase aún estaba medio vacía a si es que no tuve problema en escoger un asiento, tercera fila a la izquierda, pegada a la pared. Con un poco de suerte me sentaría sola y no tendría que pasar el mal trago de estar sentada con otra persona.
El aula se fue llenando a medida que pasaba el tiempo y yo seguía sola, ya estaba dando las gracias, mientras sacaba el material cuando una chica menuda, pálida y de pelo rojizo apartó la silla de la mesa junto a la mía y se sentó con una amable sonrisa.
-Hola, yo soy Lorens, ¿tú eres?
-Hola –sonreí- yo soy Daniela, pero prefiero que me llamen Daniel.
-Encantada Daniel. Vaya parece que seremos compañeras de pupitre.
-Sí eso parece.
-Nunca te había visto por aquí –su ceño se frunció, haciendo que su piel, tersa y lisa se arrugase como una uva pasa- ¿eres nueva?
-Sí, es el primer año que estoy en Vertoba.
-Te gustará, créeme.
Al parecer ahí acabó la conversación, porque ella se dio la vuelta para hablar con el chico que se sentaba al otro lado y yo, no sabía que responder a ese “te gustará”. ¿Qué me gustará? Solo llevaba allí tres días y ya me había mareado, casi había echado el estómago por la boca y la gente ya se había reído de mí. Por suerte ese incómoda silencio y estado de soledad, que había durado no más de un minuto pero que para mí había parecido cerca de una hora, se acabó cuando la directora entró pegando un fuerte portazo tras suya.
-Buenos días alumnos, como hoy es el primer día, por suerte para vosotros, lo máximo que haremos será leer un poema, que vuestro compañero Stems…
Yo estaba embobada dibujando en mi cuaderno cuando escuché que la puerta se abría y supuse que sería un  alumno rezagado  y nuevo en la escuela, ya que a la directora no le gusta que la gente llegue tarde, al menos eso me dejó claro el primer día.
-Señor Welst, ¿cuántas veces tengo que decirle que no me gusta que la gente llegue tarde?
-Ni una sola vez más directora.
Esa voz. Esa voz me sonaba. Levanté la cabeza de golpe y para mi sorpresa, el alumno que había llegado tarde resultó ser el mismo chico que estaba espiándome en el bosque.
-Entonces ¿es de aquí?
-¿Qué?
 Vaya había pensado en voz alta y Lorens me había escuchado.
-¿Quién es? –le indiqué con un gesto de la cabeza a Alex.
-¿Alex? Es el típico chulo de todos los institutos, que está bastante bueno, he de decir, pero a veces es un gilipollas. Yo me lié con él. ¿Por?
-Ah –algún comentario de ahí sobraba- no por nada.
-¿Guapo verdad?
-No es mi estilo –dije restándole importancia.
-¿Qué no es tu estilo? Este chico es el estilo de todas.
-Pues del mío no.
No quería seguir hablando de ese tal Alex Welst, por lo que me centré en el poema y di por concluida la conversación.
La hora se me pasó eterna, entre leer y comentar el poema. De vez en cuando hablaba alguien, pero yo seguí dibujando en mi cuaderno si dar cuentas a la clase, hasta que por fin tocó el timbre. Me levanté automáticamente de mi asiento y me dirigí a la puerta, con Lorens a mi lado.
-¿Estás segura que no le conoces de nada? –me preguntó.
-¿A quién?
-A Alex, por supuesto.
-No, ¿por? –vaya, pensé que la conversación había acabado y resulta que no, seguíamos con el estúpido niñito.
-Pues porque se ha pasado toda la hora mirándote.
-Ah.
-Oye, ¿qué clase tienes ahora?
-Ahora, tengo historia ¿tú?
-No, yo tengo música. Bueno te dejo entonces, nos vemos más tarde.
-Adiós, nos vemos.
Parecía maja la chica –espero no equivocarme con ella, al menos es de aquí, puede guiarme-.
El aula de historia era muy similar a la de lengua inglesa, solo cambiaba en la distribución de los asientos, que se encontraban todos juntos, formando un cuadrado abierto. No tenía mucho sitio donde elegir a si es que me senté en el primero que vi.
-Vaya, parece que nos volvemos a encontrar, chica misteriosa.
¿Quién sería ahora? En esta hora no coincidía con ninguno de mis amigos. Y claro que no era ninguno de mis amigos, resultó ser Alex, que al parecer yo había escogido mi asiento al lado del suyo. Menuda suerte la mía.
-Si ¿verdad? –dije volviendo la cabeza a mi bolso, para sacar las cosas.
-Aún sigo esperando tu nombre.
-Espera sentado, a veces tarda en llegar.
-Chica con carácter al parecer.
-Sí y mucho –le miré fijamente a los ojos- y sobretodo con la gente que da la casualidad que la encuentro mirándome detrás de un arbusto.
-Oh por favor - ¿se estaba riendo en mi cara?- no te estaba espiando, ya te expliqué.
-Sí, ya me explicaste.
-¿Empezamos de nuevo? –me tendió su mano derecha- Soy Alex Welst ¿tú?
-Daniela –le respondí apretándole la mano con fuerza- Daniela Holmson.
-Encantado Daniel Holmson, he odio por ahí que no te gusta que te llamen Daniela.
-Ems… sí. Espera ¿has oído?

¿Había oído hablar de mi? Pero si yo era la primera vez que estaba aquí, ¿cómo era posible? Pero me quedé con las ganas de saber la respuesta puesto que mi padre entró en el aula y él decidió guardarse su comentario.
-Buenos días clase, soy vuestro nuevo profesor de historia, mi nombre es Harry Holmson.
Nunca antes había tenido a mi padre como profesor, pero me pude imaginar que la alumna que más atención se llevaría sería yo, a si es que tendría que ponerme las pilas en su asignatura.
La hora de historia fue poco más o menos como la hora anterior de lengua inglesa, ya que era el primer día no hicimos nada y yo maldije la hora en la que decidí traerme los libros, no pesaban mucho, pero era un incordio tener que estar arriba y abajo con ellos, yo era un poco vaga.
-En fin chicos, antes de que toque el timbre me gustaría hablar un poco sobre los exámenes –ahí estaba, palabra clave, exámenes, ya decía yo que no lo había mencionado en toda la hora- será solo uno por trimestre, es decir, tendréis que ir estudiando día a día si queréis aprobar mi asignatura, además os mandaré trabajos sobre cada tema y serán un cincuenta por ciento de la nota trimestral. Bueno chicos, eso es todo, aunque soy estricto con no dejar salir antes de que suene el timbre, podéis marcharos.
Mientras recogía mis cosas mi padre se acercó a verme antes de que pudiera escaparme de él.
-¿Cómo te encuentras cielo?
-Ya estoy mejor –dije mientras me incorporaba del pupitre- no sé qué me diste pero me sentó genial y a Bianca también.
-Me alegró mucho cielo. No te entretengo más, que debes de tener hambre.
-Sí, lo cierto es que sí, no he comido nada más que una chocolatina.
-Pues date prisa y vete al comedor, antes de que todos los sitios estén ocupados.
-Sí, mejor. Adiós papá.
Antes de irme le di un beso en la mejilla, como cuando era pequeña y él me llevaba al colegio de infantil, echaba de menos esa época.
Al salir por la puerta vi que Alex estaba apoyado en una ventana, justo enfrente de mí, con los brazos cruzados y una bonita risa socarrona que le hacía parecer más chulo aún, si eso era posible. Pasé por su lado sin siquiera dirigirle una mirada.
-Con qué el profe es tú papi ¿no?
-Sí –contesté sin mirarle.
-Juegas con ventaja, no vale.
-Sí, bueno, si ventaja se le llama tener a tu padre en clase y que te machaque como a la que más, claro que se le llama ventaja.
-Si lo miras desde ese punto de vista –ahí estaba de nuevo esa sonrisa ¿cómo lo hacía?
-Oye, no quiero parecer grosera, pero llego tarde sí, disculpa –tuve que adelantar mi paso para poder dejarle atrás.
-Disculpada –gritó- por cierto, tocas muy bien la guitarra.

Mi padre estuvo en lo cierto, el comedor ya estaba atestado de gente y apenas había un hueco libre, por suerte Bianca, Olga y Peter me habían guardado uno en su mesa, al lado de la ventana que daba al patio trasero. Me dirigía hacia allí justo cuando Pierre salió a mi camino, cortándome el paso.
-Buenas tardes beau ¿quería usted concederme el honor de sentarse a la mesa conmigo?-dijo mientras retiraba una silla para indicarme que me sentara.
Le miré a los ojos, con una sonrisa de niña boba sin saber que contestar, por lo que pensé que mejor sería sentarme sin decir nada. Yo seguía ensimismada en mis pensamientos cuando me di cuenta que los demás integrantes de la mesa eran Sharon y Carol, junto con otra chica de cabellos rizados y castaños y dos chicos, uno rubio, con el pelo por los hombros y otro moreno. Las tres chicas se echaron a reír y mi cerebro me pegó un golpe interno, como castigo por haberme sentado allí.
-Hola –fue lo único que salió de mi boca.
-Daniel, estos son Marcus y André –refiriéndose a los dos chicos respectivamente- y bueno a ellas ya las conoces, Sharon, Carol y Mía.
-Todo un placer –dijo Marcus.
Mi única respuesta fue asentir con la cabeza, colorada como un tomate por la vergüenza, mientras evitaba las miradas de las tres chicas. Con un poco de suerte, la comida pasará rápido.
-Daniela, quería disculparme por lo de ayer, Pierre tiene razón y lo que hice estuvo mal.
Mi vergüenza aumentó, con un poco de asombro, ¿Sharon se estaba disculpando?
-No te preocupes, ya pasó todo –le sonreí.
-¡Qué hambre! –dijo André frotándose la barriga-¿no tenéis hambre?
-André, no seas grosero –Mía le pegó un codazo en el estómago- tenemos invitadas a la mesa. ¿De dónde dices que eres, Daniela?
-En realidad, no dije nada.
-Es una forma de decir, beauté –me susurró Pierre al oído.
-Soy de Estados Unidos.
-Es precioso, al menos Manhattan –comentó Carol- estuve el año pasado.
-Sí, sí que lo es.
Me encontraba un poco incómoda con todas las miradas posadas en mí, pero Pierre supo cómo hacer que esa sensación se me pasara a lo largo de la comida. Me preguntó los motivos del por qué estudiar tan lejos, si me encontraba  a gusto dejando toda mi vida atrás, sí me gustaba esto y sobre mi familia.
-Oh vaya, disculpa mi beauté, no sabía que solo estabas con tu padre, disculpa.
-No, tranquilo, no tendrías por qué saberlo.
-¿Qué les pasó? –insistió.
-Mi hermano murió y mi madre se marchó de casa al poco tiempo.
-Vaya, tiene que ser muy duro.
No me apetecía seguir hablando del tema por lo que empujé mi plato a un lado y retiré la silla con un chirrido al rozar las patas contra el suelo.
-Si me disculpáis tengo que irme. Un placer conoceros.
Me fui antes de que pudieran responder.


CAPÍTULO 11.

Desde la hora de la comida mi día se había basado en quedarme en la habitación tumbada en la cama pensando qué estaba haciendo con mi vida. No paré de darle vueltas a la disculpa de Sharon y a cómo se rieron de mi, ella y sus amigas a la hora de la comida, no debía haberme sentado ahí y darles ese gusto. No me tragué sus excusas, sabía que esa chica no era de trigo limpio y que no debía fiarme de ella, me recordaba a la típica niña pija de película a la que todo le sale bien.
Miré el reloj para comprobar la hora que era y vi que eran las 5:30. Dentro de hora y media era la cena y yo no había hecho nada en toda la tarde además de pensar en las musarañas a si es que me puse un pantalón de chanda, una sudadera  y me hice un moño para salir a correr. Tenía que aprovechar ahora que las clases solo acaban de empezar, luego no podría ni respirar y mi vida estaría basada en estudiar e invernar en la biblioteca.
El pasillo estaba prácticamente vacío, solo había dos chicas sentadas en las escaleras cotilleando sobre quién era el chico más guapo y una tal fiesta que se hace al empezar el curso, no presté mucha atención, yo iba ensimismada en mis pensamientos, pensando en que llevaba bastante tiempo sin salir a correr y que mi estado físico estaba en decadencia y ahora esto me iba a pasar factura.
-¡Eh rubia! ¿Dónde vas?
Estaba en la sala común y no reconocía a nadie, ¿quién me estaba llamando? Y además ¿rubia?
-Daniel, aquí abajo.
Miré bajo las escaleras y a quien me encontré fue a Lorens, mi compañera de pupitre en la hora de lengua inglesa.
-Que susto me has dado no sabía quién eras – dije mientras me metía con ella en el hueco bajo la escalera- ¿qué haces aquí de todos modos?
-Ah, nada –sacudió la mano restándole importancia- es que no me apetece estar con todos estos snobs y me gusta meterme aquí a leer un rato.
Reparé en el libro sobre su regazo, “Nigth School tras los muros de Cimmeria”, nunca lo había leído, pero por el título parecía interesante.
-¿A dónde ibas?
-Ah, llevo toda la tarde en mi cuarto, pensé en salir a correr un rato ¿quieres venir?
-¿Correr? Uf creo que prefiero quedarme leyendo otro rato.
El hueco donde estábamos era un poco pequeño y agobiante aunque he de reconocer que un buen sitio si no querías que nadie te encontrase. –Lo visitaré más a menudo-.
-Bueno, pues nada entonces. Nos vemos luego “pelirroja”
-Adiós rubia.
Seguí por mi camino con paso firme, deseando no tener ninguna interrupción más, quería salir y despejarme, que me diera el aire fresco en la cara y desentumecerme un poco; estar toda la tarde tumbada podía llegar a cansar.
En el exterior, como deduje, el aire era gélido y frío y agradecí el haberlo tenido en cuenta y ponerme la sudadera negra de forro polar, aunque luego tendría calor, pero ahora eso daba igual.
A pesar de lo oscuro y denso que podía ponerse el bosque, seguí el camino que lo atravesaba, un poco asustada, he de reconocer, pero a la vez mi mente estaba en un estado de alivio que necesitaba desde hace mucho tiempo, lo único que me faltaba para completar y hacer esto más perfecto era mi música, pero el móvil se me había quedado bajo la almohada, en mi cuarto. Podía sentir el aire entre los mechones sueltos de mi pelo que colgaban del moño mal agarrado, las hierbas que se enganchaban en mis pantalones y el cantar de los pájaros al atardecer. Todo era perfecto. A pesar de que llevaba tiempo sin correr, mis pulmones no lo notaron, no me costaba respirar y mis piernas corrían cada vez más deprisa, no recordaba que yo fuera tan rápida.  
El instituto ya apenas se veía, lo tapaban las frondosas copas de los árboles rojizos, avisando de que sus hojas caerían en unas semanas, para darle un aspecto más siniestro, si cabía, al bosque, con la llegada del otoño. Llevaría recorrido un kilómetro cuando una sensación extraña se apoderó de mí de repente. Sentía como si  unos ojos se clavasen en mi nuca que me siguiesen allá a donde iba, por lo que  abandoné el camino y me metí bosque a través, a ver si así se me pasaba la paranoia. –Daniel, no empieces, estás tú sola en el bosque, sabes que todos están en las salas comunes-. Mi mente me decía que yo estaba sola, que no había nadie más, además de los pájaros y animalillos del bosque,  pero mi instinto me decía que no, por lo que paré para tranquilizarme un poco.
Me senté en las raíces gruesas de un árbol cercano a descansar, para que las pulsaciones ralentizasen y pudiera volver al instituto cuando lo vi, en frente de mí. Unos ojos amarillos me observaban desde no muy lejos, escondidos entre los matorrales, agazapados para poder verme sin ser visto, pero no le había funcionado, le estaba viendo.
De un salto me incorporé, dispuesta a seguir corriendo, pero mis piernas no me respondían –buen momento para pararte-. Necesitaba aire, tenía que pedir auxilio, pero algo dentro de mí me decía que no tenía que hacerlo, que si lo hacía aquella cosa saltaría hacia mí, ¿qué era eso? Al ver que me levantaba y me ponía en posición para salir a correr, se adelantó para que pudiera verlo. Era un perro, no, un lobo mejor dicho, pero no era un lobo corriente, era muy grande, superior a mí, con el pelo negro como las tinieblas y peludo. ¡Era como el de mi sueño!
-Esto… esto no puede ser real, debo de haberme quedado dormida en la cama. Esto no puede ser real.
Tuve que pellizcarme para comprobar que no estaba en lo cierto y que esta situación era lo más real que podía existir, que no era otra pesadilla y que esa cosa iba a derramar mi sangre por el bosque.
La cabeza empezó a darme vueltas y a mi estómago parecía que le acababan de montar por independiente en una montaña rusa, no podía con aquella presión y termine por caer de rodillas al suelo, clavándome una rama puntiaguda en las manos. Me agazapé abrazándome las rodillas, al lado de las raíces donde me había sentado anteriormente, siendo consciente de que el lobo me estaba mirando intensamente, tenía la sensación de que me conocía, pero eso no podía ser cierto.
La bestia me miró intensamente con la cabeza torcida, como si no entendiera por qué estaba llorando y echó los labios hacia atrás, enseñándome los dientes con un gruñido, como si tratase de decirme algo, pero yo no paraba de acunarme, con lágrimas en los ojos, mientras le miraba, diciéndome una y otra vez que aquello no era real, que solo era un sueño.
Como si pudiera sentir mi temor, el animal se echó hacia atrás, dubitativo, antes de volverse hacia su escondrijo velozmente, dejándome allí, sola, acunándome entre la maleza y sin terminar de creerme lo que acababa de ver.
Mis pupilas estaban dilatadas por el susto y un torrente de adrenalina y temor me recorrían todo el cuerpo, haciendo que los músculos se me entumecieran y la vista se me volviera cada vez más borrosa, hasta el punto en el que todo mi cuerpo cedió y termino por derrumbarse mientras que una fría y negra oscuridad se apoderó de mí. No podía gritar, ni correr, ni siquiera respirar, mis pulmones se estaban cerrando poco a poco, sentía cómo se encogían y me hacían jadear cogiendo grandes bocanas de aire, pero ya era tarde, el pánico se había apoderado de mí. A los pocos minutos, mi consciencia se apagó.



CAPÍTULO 12

 Las sábanas suaves y lisas me rozaban la piel haciendo que los pelos de los brazos se me erizasen y que un escalofrío me recorriera la espalda, serpenteante y ligero. Fui abriendo los ojos poco a poco, para saber dónde me encontraba, porque estaba claro que ya no estaba en el bosque. El cantar de los pájaros había dado paso al murmullo, la aspereza de las raíces, donde recordaba haber estado consciente por última vez, a la suavidad de las sabanas de una cama, el frío del exterior, a un cálido aire. Al principio no pude ver nada, una intensa luz me cegaba los ojos, pero poco a poco pude reconocer a mi padre, Olga, Lorens y Peter, sentados a mi alrededor en la cama y en el sillón rojo, donde estaba Lorens sentada.
-¿Qué pasa? ¿Por qué estáis todos aquí? –lo último que recordaba era estar tumbada en el bosque ¿qué demonios hacía en mi habitación?
-¡Cariño! –mi padre se abalanzó sobre mí, dándome un fuerte abrazo- Nos tenías tan preocupados.
-Pero, pero qué…
-¿No recuerdas nada?-  por su ceja levantada a modo de interrogación y su cara de perplejidad supuse que Olga estaba tan sorprendida de que yo no recordase nada, como yo de estar en mi habitación
-Lo último que recuerdo es estar en el bosque y…
Si les decía lo que había visto ¿me creerían? Probablemente no, creerían que estaba loca o algo por el estilo, a si es que mejor no dije nada.
-¿Y?
-¿Cómo he llegado aquí?
-Por suerte Alex Welst salió a dar una vuelta por el bosque- contestó mi padre, separándose de mi-  y te encontró  inconsciente entre las raíces de un árbol. ¿Estás bien cielo? ¿Qué ha pasado?
¿Alex? No recordaba a verle visto por el bosque. Mi expresión debió de delatarme porque mi padre volvió a amarrare fuertemente entre sus brazos, como nunca antes lo había hecho.
-Qué suerte la tuya eh –bromeó Lorens- rescatada por un chico guapo.
-¿Suerte? Sí, sobre todo   por la parte que me toca de salir a correr y que por el camino me despedace.
-Era broma tonta.
-¿No recuerdas qué te pasó? – mi padre estaba preocupado, preocupado de verdad.
-No, solo recuerdo el ir corriendo y encontrarme mal, tuve que parar y sentarme a descansar y ya.
-Bueno, ha sido un buen susto. –me acarició el pelo con ternura, como cuando era pequeña e intentaba hacerme comprender algo- Te he traído un té –me tendió una taza similar a la del día anterior. El contenido desde luego olía igual.
-¿Es como el de ayer? –le cogí la taza y le di un sorbo, respondiéndome así a la pregunta. –Mmm sí, es como el de ayer.
-Cielo, yo me tengo que ir, os dejo un rato solos, cualquier problema, avísame y estaré aquí en un santiamén. Ah y Peter –se dirigió hacia mi amigo, señalándole con un dedo, a modo de advertencia- tienes tres minutos más, recuerda que los chicos no pueden estar en las habitaciones de las chicas.
-A sus órdenes mi capitán.
-Y no soy tu capitán.- Las palabras se ahogaron con el sonoro ruido de la puerta al cerrarse.
-Vale rubia, ahora dinos que pasó en realidad, nosotros no somos como tu padre, no nos tragamos las mentiras tan fácilmente.
-¿Qué? No he mentido, eso fue lo que pasó en realidad ¿por qué razón iba a mentiros?
-No lo sé –se encogió de hombros- pero yo al menos no me lo trago ¿y vosotros, chicos?
-No veo el motivo por que cual iba a mentirnos- Olga estaba de mi padrte.
-Oh venga ya Olga, ¿no la has visto mover los ojos de un lado a otro?
-No. Lorens, estás loca.
-Chicas, yo me tengo que ir, ya escuchasteis al capitán. –Peter se levantó de mi lado y se dirigió hacia la puerta, después de darme un fuerte abrazo y susurrarme al oído- Mejórate. Nos vemos en una hora.
-¿Una hora?- no podía ser que ya fuese la hora de cenar- ¿Qué hora es?
-Las seis de la tarde, rubia. Niñas, yo también me tengo que ir, tengo que hacer un par de cosas. Nos vemos luego ¿sí? –se llevó una mano a la frente antes de abrir la puerta- ¡Ah! Casi se me olvida, ¿os importaría si me voy con vosotras a la hora de la cena? Comer sola es un poco… aburrido.
-Te pasaré a buscar- le respondió Olga- ¿Habitación?
-Es a 89.
-De acuerdo, nos vemos.
-Gracias, de verdad. Adiós.
Ahora solo estábamos Olga y yo y por su mirada intuí que iba a decirme algo, que no sería de mi agrado, a si es que me preparé.
-Venga, suéltalo.
-¿El qué?- Yo estaba en lo cierto.
-Lorens tiene razón, has mentido a tu padre, lo que pasa es que le he llevado la contraria, porque sea lo que sea no creo que quisieras contárselo. A ver, sé que a mi tampoco me conoces desde hace mucho pero…
-Está bien, sí he mentido.
Si había alguien allí en la que podía confiar, esa era Olga. Tiene razón y no la conocía desde hace mucho, pero en ese poco tiempo se había ganado la mayor parte de mi confianza.
-En realidad, estaba corriendo por el bosque cuando noté que alguien me estaba siguiendo. ¿Ves esa sensación que sientes cuando alguien te mira? Pues lo mismo, pero cada vez era más intenso. –Al recordarlo, un escalofrío me recorrió el cuerpo- Pensé en alejarme del camino y me metí bosque a través, pero eso fue peor.
-Daniel, me estás asustando,  ¿qué ha pasado?
-Calla –levanté la mano para hacerla callar y poder seguir con el suceso- El caso es que me paré para ver qué o quién me seguía y lo que vi..
-¿Qué viste?
-No te lo vas a creer pero da igual. –la miré a los ojos y lo solté- Era un lobo, un lobo enorme. Era más grande que yo. Negro, de ojos amarillos y unos dientes grandes y afilados.
Mi amiga se echó a reír ¡no me creía! ¿Por qué no me creía?
-¿Un lobo? ¿Aquí? Pero si lo máximo que hay aquí son ardillas, Daniel. Oye mira que si no me lo quieres contar, no pasa nada.
-Pero te estoy diciendo la verdad.
No podía creer que ella no me creyese, pensé que lo haría, pero lo único que había hecho había sido enfurecerme. Apreté la taza, del té, ya vacía, con tanta fuerza que se podría haber roto.
-Ya y yo te creo, lo que pasa es que no es un lobo.
-¿Cómo que no es un lobo? Yo lo vi.
-En realidad es mi perro Nus, que me pasé con la leche cuando era pequeño y creció demás.
Ya me había quedado claro, no hacía falta que se burlara de mí. Estaba enfadada, muy enfadada y no pude contenerme.
-¡Vete de aquí!
-Oye, que lo decía de broma tranquila.
-No, vete. No estoy de humor. Te he sido sincera y pensé que me creerías pero ya veo que no. Olga por favor vete.
Ella se levantó en silencio y se marchó, sin decir nada.

No sé cómo lo hacía pero había vuelto a llegar tarde a la hora de la cena y todos los asientos estaban ya prácticamente ocupados, incluso la comida estaba servida, costillas de cerdo con patatas, aunque por suerte vi a mis amigos, al fondo del comedor,  con un sitio libre en su mesa. Me estaban guardando un sitio o al menos eso pensé yo.
-Hola chicos.- Aparté la silla vacía que estaba entre Bianca y Lorens para sentarme.
-¿Ya te encuentras mejor? –Bianca me miró con intensidad, como si yo fuera un muslo de pollo o algo así- Me acabo de enterar de lo ocurrido, por los pasillos. Por lo que se ve, ya lo sabe todo el mundo.
-Genial –nada me hacía más ilusión que estar en boca de medio instituto- ¿cómo se han podido enterar? Pensé que solo lo sabíais vosotros y mi padre.
-Y Alex –apuntó Olga señalándome con una porción de carne en su tenedor.
-Conozco a Alex – dijo Lorens, mientras hacía círculos en el borde de su vaso de té- y creerme cuando os digo que él, no diría nada.
-Si bueno, solo llevo un día aquí y ya te digo que la mayoría de ellos son unos falsos hijos de papi y mami. –esta vez fue Bianca la que habló.
-Bueno, da igual, total, que ¿van a decir? –Me llevé un trozo de carne a la boca y un sabor amargo me inundó las papilas gustativas. Aquella carne estaba asquerosa, no sé cómo se la podían estar comiendo los demás. -¡Puaj! Qué asco, la carne está asquerosa.
-¿Qué dices? Pero si está buenísima, oye, que si no quieres más, me la como yo.
-Peter, no seas grosero –Olga le tiró un trozo de pan a la cabeza, que se le quedó enredado en el pelo.
-Tranquilo, toda para ti, además no tengo mucha hambre –le pasé mi plato, entero ya que no había comido nada, y me concentré en mi vaso de agua, la cual también sabía un poco rara he de añadir.
-Deberías comer algo –me dijo Bianca, pasándome un poco de pan- antes te has mareado y no sería bueno que no tuvieras nada en el estómago ¿imagínate que te vuelve a pasar?
-Estoy bien, Bianca, gracias de todos modos.
-Además, si le pasase algo ya estaría ahí Alex para rescatarla, eh. –Lorens me dio un codazo en las costillas a modo de sorna y caray si tenía fuerza esta chica, pero aun así todos nos echamos a reír.
-Bueno Lorens, háblanos un poco de ti ¿tú también eres nueva?, mi hermano no me ha hablado de ti y es profesor de música en Vertoba desde hace algunos años.
-Vaya, Olga, eso me ofende – su cara fingió una mueca ofensiva, de la que todos nos echamos a reír; había encajado bien con nosotros- en realidad no, no soy nueva, pero como si lo fuera, y me alegro por ello, esta panda de matados no me gustan, con sus etiquetas, sus modales…
-Ya te entiendo…  eso también me lo comentó Jacob.
-Y vosotros ¿qué hacéis aquí? Este colegio no es muy conocido.
-Yo estoy aquí por mi hermano. Mi padre murió hace unos años y mi madre… -su sonrisa pasó a una mueca de dolor- digamos que no nos tiene mucho aprecio.
-Oh, Olga –la abracé con fuerza, a pesar de haberme enfadado antes con ella, era mi amiga. 
-¿Ya no estás enfadada?
-No. –Le sonreí con ternura, sabía lo que era que alguien te abandonase- Yo no quería venir aquí, en realidad. Hace unas semanas la poli nos pilló a un amigo y a mí -¡Max! No me había vuelto a acordar de él y me dije que le escribiría al empezar las clases. Le echaba de menos y mucho, más tarde buscaría alguna sala con ordenadores y le enviaría un correo- con un porro en un parque y nos llevaron a comisaría. Al día siguiente mi padre me dijo que nos veníamos.
-No me lo puedo creer –Peter me miró perplejo, como si llevara tiempo sin verme o le hubiera sorprendido algo- Daniela Holmson, tú, la chica “tímida” – hizo un gesto de comillas con los dedos, recalcando las comillas- ¿en chirona?
Todos los de la mesa nos echamos a reír por la expresión de Peter y además, creo que también por lo que había dicho, les había sorprendido, aunque he de decir que a mí en su lugar también me habría sorprendido.
-Soy traviesa de vez en cuando.
-Uuuh grrrr –Bianca hizo un gesto con las manos, como si fuera un felino sacando las uñas- traviesa eh.
-Oh Bianca por favor. En cierto modo, tenía gracia- ¿y tú? ¿Por qué estás aquí?
-Por lo mismo que tú.
-¿También te pillaron fumando, en un parque y con tu mejor amigo? ¡Qué coincidencia!
-No, en realidad un día me levanté y mis padres me dijeron que nos mudábamos a Londres y que yo vendría aquí. Este sitio no me gusta, me da mala espina.
-Me toca. – era el turno de Peter, quien muy entusiasmado se prestó a contarnos su motivo-  Adivinad por qué estoy aquí.
-Te pillaron masturbándote y tus estirados padres no pudieron soportarlo –dijo Lorens entre carcajadas.
-No.
-Um… veamos; ¿motivos de drogas, tal vez? –preguntó Bianca.
-Frío.
-Yo iba a decir lo mismo que Lorens pero, puestos a que no –Olga se echó a reír con risa contagiosa- voto porque te juntabas con malas influencias.
-Menos aún. Te toca Daniel. –su dedo índice se dirigió hacia mi cara, casi rozándome el ojo derecho, pero no los cerré, me mantuve firme.
-Venga Peter, dilo, no seas pesado- dije, restándole importancia al asunto.
-En realidad me lo recomendaron. Me dijeron que era un buen sitio y tenía buenas instalaciones, además de que aquí ocurrían cosas extrañas –su voz imitó la de un fantasma y nos señaló moviendo los dedos, como si estuviera tocando el piano.
-¿Enserio, eso es? –Lorens retiró su silla para incorporarse- Pff era más graciosa mi teoría y ya te digo que aquí lo máximo que pasa es el baile, que por cierto es dentro de unas semanas. Chicos, yo me voy, quiero terminar de leerme un libro, os veo luego en la sala común o si no, mañana en clase.
-Es verdad, el baile. Mi hermano me habló de él. Dice que todo el instituto es engalanado y la gente va vestida de etiqueta y trajes caros.
-Pues mira tú que bien. – Me llevé las manos al estómago, ese estúpido dolor de barriga estaba comenzando a rondarme de nuevo, por lo que decidí irme yo también, pero a mi habitación- Disculparme pero tengo que irme, no me encuentro muy bien, nos vemos mañana.
-¿Estás bien? –Bianca me miró con ojos preocupados.
-Sí, tranquila, nos vemos mañana.
El comedor estaba prácticamente vació cuando lo abandoné, solo quedaban mis amigos y un par de grupos más, por lo que no tuve problemas de empujones y pisotones a la hora de salir, algo que agradecí mucho, no estaba de muy buen humor y si alguien se atrevía a hacerme algo, no respondía a mis actos.

Estaba subiendo las escaleras que llevaban a los dormitorios cuando noté que alguien me apartaba el pelo de la oreja derecha y el aire que se escapada de su boca cuando me susurró. Me quedé quiera en la mitad del escalón.
-De nada por salvarte la vida.
Al principio no sabía quién era, pero luego recordé que mi padre me dijo, antes cuando desperté tras el accidente en el bosque, que fue Alex quien me había traído de vuelta. Giré sobre mis pies, con cuidado de no resbalarme, para poder estar cara a cara con él, pero no había caído en la cuenta de que estaba muy junto a mí y que el espacio entre nosotros era mínimo. No había sido buena idea.
-Gracias.
-¿Solo gracias? ¿Eso es todo?
-¿Qué te esperabas? ¿Un: gracias Alex Welst por haberme salvado la vida, eres mi héroe y te estaré eternamente agradecida. Quizás?
Reconozco que no controlé  el sarcasmo de mi voz y de que  a una persona que no conoces de nada, te ve inconsciente y te pone a salvo, no se le habla así, pero este chico me ponía muy nerviosa y no controlaba mis impulsos.
-Dicho así, no. Me esperaba algo más como un: gracias Alex Welst por haber estado espiándome en el bosque mientras tocaba la guitarra, escondida para que nadie me pudiese oír y haber salvado mi preciosa cabellera. Algo así.
Vale, he de reconocer que eso no me lo esperaba y él se dio cuenta, de que me había cogido con la guardia baja, por cómo mis ojos en ese  momento se llenaron de odio, pero mis músculos de la cara no pudieron evitar tensarse y hacerme sonreír, cuya sonrisa se intensificó cuando salió a la luz un gesto suyo, su sonrisa torcida.
-No te esperabas eso ¿verdad?
-No, he de reconocerlo. –No pude evitarlo y volví a sonreír, en el fondo Lorens tenía razón, parecía un tipo majo- Gracias Alex Welst.
-No hay de qué, Daniela Holmson, –asintió con la cabeza, aún con su magnífica sonrisa al descubierto mientras se pasó una mano por el pelo- ha sido todo un placer llevarla entre mis brazos, pero procure no darle esos sustos a su padre tan a menudo.
-Lo intentaré. –De pronto me surgió una duda ¿qué demonios hacía él en el bosque a solas para haberme encontrado?- De todos modos ¿qué hacías en el bosque tu solo?
-Podría preguntar lo mismo.
-Cierto. Bueno, será mejor que me vaya.
Giré en redondo, sin acordarme de que estaba en el borde del escalón y tenía que tener cuidado al moverme, si no quería caerme, pero no lo tuve encuentra. El pie resbaló hacia atrás, y por mucho  esfuerzo que hice  por no caerme, mi cuerpo cedió y se echó hacia atrás, pero no llegué a tocar el suelo, ni siquiera rozarlo. Alex se adelantó y me cogió entre sus brazos, evitando que, yo, le hiciera una visita al suelo de piedra.
-Vaya, dos veces en un día. Es tu día de suerte, Daniela Holmson.
Sentí un calor enorme recorrerme todo el cuerpo y acabar en mis mejillas, que se tornaron rojas como dos tomates. Agaché rápidamente la cabeza al separarme de él y subí corriendo las escaleras sin agradecerle tan siquiera el que hubiese evitado mi caída. Estaba bastante avergonzada.



CAPÍTULO 13.


El despertador no estaba de humor y lo pagó conmigo. Sonó tarde, bueno, que digo, ni sonó si quiera. De un salto, najé de la cama, me puse el uniforme y cogí la cartera tal y como a dejé el día anterior, sin preocuparme si llevaba los libros correspondientes a las asignaturas del día, pero lo peor de todo es que aun así, con la prisa que me di, para no llegar tarde, cuando llegué a la primera clase, ya estaba la puerta cerrada.  Llamé con cautela, intentando disminuir mi respiración y mi pulso o se darían cuenta de mi nerviosismo, pero nadie contestó a si es que abrí la puerta sigilosamente. Genial, se me había olvidado que a primera hora lo que tenía era biología y por lo que había escuchado del profesor Martín, no es que fuera conveniente llegar a su clase, ya empezada. Entré despacio en el aula y todos los alumnos me miraron sorprendidos, como diciéndome con la mirada que lo mejor hubiera sido no haber entrado.
-Señorita Holmson –el profesor, bajo y rechoncho, con el pelo cano por la edad y la coronilla al aire, se dirigió hacia mí, bajándose las gafas hasta la punta de la nariz- que alegría que al final ha venido a la clase. Gracias por concedernos este honor.
-Lo siento… no fue mi intención… el despertador, yo…
-¿Usted no ha oído hablar de mi verdad? –aquí venía la bronca- Chicos, ¿podéis hacerme el favor de decirle a vuestra compañera que no me gusta que la gente llegue tarde a mis clases?
El profesor se dirigió a los demás estudiantes pero ninguno se atrevió a contestar. Dirigí la vista hacia los demás y pude distinguir a Lorens y Olga, sentadas las dos juntas en la segunda fila, con cara de asombro y pánico a la vez. Ellas también sabían que no me iba a librar de un castigo.
-Bueno, visto que nadie responde, le responderé yo: ¡La próxima vez que vuelva a llegar usted tarde –me gritó, subiéndose las gafas con su dedo índice- puede ahorrarse el venir a clase!
-Lo…
-¡Ahórrese las excusas, señorita! Por esta vez, se librará por ser la primera clase, pero procure que no haya una próxima o esa vez nadie le quitará el  castigo. Ahora siéntese.
Sólo había dos sillas libres y una estaba muy alejada de la pizarra y no vería bien, por lo que me senté a la mitad del aula, con un chico al que no conocía de nada. Por suerte a mi lado estaban Lorens y Olga.
La clase no fue otra cosa del otro mundo, como todas las primeras clases. El señor Martín se presentó y nos dijo que era español, de una ciudad de Cataluña y que –por si no había quedado claro antes- lo mismo que él era puntual, los alumnos teníamos el deber de llegar a la hora a sus clases, por lo contrario seríamos castigados severamente.

-Eres una tardona señorita Holmson
 La clase había finalizado y ahora Olga y yo íbamos camino de la clase de música y cómo no, hoy el tema del día sería burlarse de mi por llegar tarde.
-No he sido yo, ha sido culpa del despertador.
-Ya claro, típica excusa –puso los ojos en blanco- de todo principiante que se tercie.
-No es una excusa, va enserio, ni siquiera me ha dado tiempo a ducharme ni a desayunar, y tengo hambre.
-Ya, lo cierto es que hueles a mofeta muerta –se tapó la nariz para darle realismo a su gracia, pero  yo no se la encontraba-.
-No tiene gracia.
-Mi bella Daniel –Pierre, que iba a la misma clase que nosotras, me agarró de la cintura y me atrajo hacia él, quedando muy cerca el uno del otro- me enteré de tu accidente en el bosque y me preocupé mucho. Te estuve buscando ayer y no te encontré. ¿Estás bien?
El sonido de su voz y ese acento que me volvía loca eran tan tranquilizadores y él tan encantador, que por un momento me quedé sin respuesta, no sabía si decir  que no pasaba nada y que estaba bien o que me encontraba mareada por la adrenalina que acaba de recorrerme el cuerpo.
-Estoy bien –me decanté por la primera opción, la segunda era un poco directa y yo no era de esas chicas- gracias por preguntar.
-Marcus me lo dijo. –Me atrajo más hacia él, para poder acercarse y susurrarme al oído- Me alegro de que estés bien, mi bella, no sé qué habría hecho si te hubiera pasado algo.
-¡Ajam! – Olga carraspeó para llamar nuestra atención, algo a lo que le estuve agradecida, de lo contrario no habría vuelto a acordarme de respirar.- Chicos, si queréis daros el lote, por mí, bien, pero tenemos clase y vamos a llegar tarde como no entremos, además quien da la clase es mi hermano, y no me apetece.
La magia se acabó cuando ambos nos separamos al recordar que era cierto, teníamos clase y yo ya había cumplido por hoy mi cupo de broncas, no quería que me llamasen más la atención. Pierre se nos adelantó y nos abrió la puerta a las dos, para darnos paso.
-Las damas primero, señoritas –dijo, haciendo una reverencia.
-Gracias, caballero –rió Olga con sorna.
La clase estaba casi llena cuando entramos y nos tocaron los peores asientos, atrás del todo, donde apenas se distinguían los pentagramas de las pizarras.
-Oh vaya –Olga separó la silla de su pupitre para poder sentarse- no me jodas, nos ha tocado de compañera Sharon y sus secuaces.
-¿Dónde?
-Allí, en primera fila –me indicó sus lugares con un gesto de la cabeza mientras yo me sentaba en mi silla y sacaba los bolígrafos- ¿ves?
-Oh, sí, las veo.
No había tenido la suerte de no coincidir con ellas en ninguna clase, algo que yo deseaba con mucha fuerza. Sabía que no eran de trigo limpio y que nos acabarían metiendo en líos.
-Aunque si miras el lado positivo- prosiguió mi amiga señalándome uno de los pupitres a nuestra derecha- tienes a tu chico en clase.
Miré hacia al lugar que me indicaba y a quien vi fue a Alex, distraído mirando por la ventana mientras hablaba con una chica, cuyo nombre no sabía.
-¿Quién? ¿Alex?
-¿Alex? ¿Qué Alex? Te estoy hablando de Pierre, idiota.
-Ah, él.
-Sí, él. Está allí hablando con Sharon, y no mires, que está mirando hacia aquí. Le gustas y se le nota mucho.
-Vale ya Olga.
Estaba ya un poco cansada de sus jueguecitos. Pierre no es que fuera el tipo de chico  que se fijaría en mí; alto, guapo y simpático, y ese acento suyo... No pude evitar suspirar.
-Vale, yo paro, pero ese suspiro me dice algo.
-Sí –le pegué un codazo, riendo- que te calles ya, que me tienes loca la cabeza.
-¿Quién, yo o él? –se echó a reír.
-Tú, idiota, tú.
-Buenos días alumnos. –Jacob entró por la puerta, cerrándola de un portazo una vez dentro- Me presento: soy Jacob, vuestro profesor de música. Algunos ya me conocéis, como Brandon –le saludó con una mano- y para otros, soy nuevo. Muy bien –dijo frotándose las manos- ¿quién se presta a salir y tocarnos algo?
Se produjo un silencio en la clase, al parecer nadie quería salir a tocar un instrumento el primero y entre una de esas personas, estaba yo.
-¿Nadie?
-Daniel sabe tocar la guitarra.
¿Quién había dicho eso? Levanté la cabeza, deprisa, al escuchar mi nombre y vi que todos me estaban mirando.
-¿Qué pasa? –le susurré a Olga.
-Mi hermano ha pedido un voluntario para salir a tocar algo y Alex ha dicho que tú tocas la guitarra, a si es que compañera, te toca salir.
¡¿Qué?! No podía salir a tocar delante de toda esta gente, me iba a paralizar y quedaría en ridículo. Dirigí una mirada furtiva a Alex, quien se echó a reír cuando vio mi cara roja y mi mirada de odio.
-Muy bien señorita Daniela –Jacob levantó una guitarra acústica para ofrecérmela- ¿quiere usted salir?
-Yo… yo… esto…
No sabía que contestar, no podía hacerlo.
-Yo sé tocar el bajo –vaya, no me había dado cuenta de que Peter también estaba en esta clase y de que en ese momento estaba siendo mi salvación- puedo salir, si a Daniel no le importa claro.
-¿Qué? No, no, sal tú. No me importa.
-¿Por qué no sales? –la voz de Olga  sonó tan bajo que apenas pude oírla bien.
-No puedo tocar delante de la gente. Tengo pánico escénico.
-Entiendo. Pues que sepas que Alex se está... ¿cómo decirlo? ¿Descojonando, orinándose, riéndose? Bueno, que le has servido como gracia del día.
-Lorens tiene razón –volví a mirarle con cara de odio y ojos chispeantes- es un gilipollas.

-Yo esperaba poder oírte tocar.
-Vete a la mierda Alex, ¿quieres?
Era prácticamente la hora de la comida por lo que una vez que llevé los libros a mi habitación, me dirigí al comedor, cuando por el camino me topé con Alex y sus gracias, y la verdad, era con la última persona en la Tierra con quien me apetecía hablar ahora mismo, a si es que le ignoré cuando pasé por su lado, pero el a mí no.
-No era mi intención ofenderte, solo quería volver a oírte tocar.
Frené en seco antes de llegar a la puerta del comedor, haciendo que él, que iba detrás de mí, se chocase conmigo al parar.
-Mira, has elegido un mal día para reírte de mí ¿sí? –Mi voz sonaba enfadada y a la vez confusa. Él me había enfadado de verdad, no me conocía de nada para tratarme así- A si es que si no es mucho pedir, lárgate y déjame en paz.
-Sí su majestad. Como usted ordene.
Para rematarlo, se burló de mí haciendo  una reverencia. Estaba a punto de pegarle un guantazo en la cara cuando  me dio un beso en la mejilla, antes de irse. Me quedé de planta parada en la puerta del comedor, con la mano en la zona donde él me había besado, atónita.  ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? ¿Un segundo antes se estaba riendo de mí, provocándome, y después, se va y me da un beso?
-Daniel, ¿estás bien?
Lorens, Bianca y Olga estaban delante de mí, haciéndome señas con las manos, para traerme de vuelta, pero mi mente no respondió, hasta que Bianca me zarandeó con fuerza.
-¡Bianca llamando a Daniel! ¿Hay alguien?
-Eh, ¿qué? Esto… Sí ¿qué pasa?
-Eso queríamos saber nosotras –contestó- ¿Qué ha pasado?
-No, nada ¿por?
Las tres chicas me miraron con cara de pocos amigos, dándome a entender de que mi mentira era poco fiable y que o empezaba a ser mejor actriz o me iría muy mal en este tipo de situaciones.
-Sí, ya, nada –dijo Lorens haciendo comillas con los dedos- En fin, entremos a comer, me muero de hambre.
Entramos en el comedor y nos dirigimos a nuestra mesa habitual, de los últimos tres días, para sentarnos a comer.
-¡Ah! Casi se me olvida –Lorens se llevó la mano a la frente- Este sábado, es la “fiesta” de inicio de curso.
-¿De qué trata? –preguntó Bianca robándome las palabras de la boca.
-Pues todos los alumnos o al menos los que consiguen escapar, se reúnen en una fogata al otro lado, junto al lago. Algunos valientes se bañan, otros simplemente se reúnen en sus hogueras. Iremos ¿verdad?
-Suena bien.
-Sí ¿verdad? Daniel, ¿tú qué opinas?
Sabía que alguien me había hablado, pero no quien, yo seguía metida en mis pensamientos esperando a que me trajeran el menú del día para comer e irme a buscar un ordenador y escribirle a Max.
-Daniel –Olga me pegó un codazo en las costillas- ¿qué opinas de lo que ha dicho Lorens?
-¿El qué? ¿La fiesta? Por mí, vale, además, el sábado es mi cumpleaños.
-¿Tú cumpleaños? – preguntaron las tres a la vez.
-Sí ¿no os lo dije?
Uno de los camareros nos sirvió un humeante plato de puré de patatas con salchichas de pollo para acompañarlo y olía de maravilla.
-Se me pasaría –unté un trozo de salchicha en el puré y me lo llevé a la boca- Pues eso, es mi cumpleaños, cumplo diecisiete, pero hace mucho que no lo celebro, nunca me ha gustado, y menos aquí
-Pues este año lo celebraras - dijo Lorens con la boca llena de pan.
-Por supuesto que sí, señorita.
-¡Qué asquerosidad!
Cogí una servilleta de papel y escupí la porción de carne que había comido, a pesar de la pinta tan exquisita que tenía la comida, sabía a rayos.
-¿Qué pasa? – Bianca me miró con cara de preocupación- Sí tiene una pinta buenísima.
-Ya, pero esto sabe amargo. No sé quién cocinará aquí pero desde luego no tenemos los mismos gustos.
-Daniel, ¿desde cuándo no comes nada? –Olga ya había acabado su plato, esta chica comía como por siete personas.
Ahora que lo decía, desde el día de la presentación no había vuelto a probar bocado, excepto las tazas de té que me llevaba mi padre y la chocolatina que comí el día anterior para desayunar.
-Pues… no lo sé, creo que desde ayer por la mañana. Desayuné una chocolatina.
-Cómete eso anda –me indicó el plato con la mano- Está bueno y tú podrían enfermar de no comer.
-No tengo hambre Olga y sabe mal.
-Ya…
-Es cierto Olga –al parecer Bianca estaba de mi parte- la comida aquí sabe rara, aunque he de admitir que tienes razón. Daniel, deberías de tomar algo. A mí tampoco me gusta pero por ello no dejo de comer. Deberías hablarlo con tu padre.
-Bah, tonterías. –Retiré mi silla y me levanté ofuscada- Lorens ¿sabes si hay alguna sala con ordenadores donde poder enviar un e-mail?
-¿No has entrado en la sala común todavía verdad?
-No ¿por?
-Porque allí hay una puertecita con un cartel donde pone: “sala de ordenadores”.
-Vale, gracias, pues iré allí. Nos vemos.
Me fui antes de que pudieran contestarme, solo pensaba en qué contarle a Max y cómo se encontraría. Le echaba mucho de menos. Siempre habíamos estado juntos y llevaba prácticamente un mes alejada de él y quién sabía cuándo nos volveríamos a ver.

La sala común estaba totalmente  vacía,  ni siquiera se escuchaba el ruido de una mosca revoloteando, por lo que encontrar la puerta resultó fácil, sin gente andando de un lado a otro dando voces.
Entré en la habitación que Lorens me dijo y no era nada del otro mundo: los ordenadores eran antiguos, cajetines cuadrados casi despedazados; las paredes, eran como las del resto del instituto, aunque había una pequeña diferencia, estas tenían un conjunto de compartimentos con teléfonos enganchados. Pensé en llamarle, pero deseché la idea cuando comprobé que no daban señal. Encendí uno de los ordenadores, el cual, tardó casi cerca de media hora en terminar de cargar, incluso llegué a pensar que tampoco funcionarían. Me los imaginaba más modernos, como el resto de las instalaciones, pero ya comprobé que no era así, en lo que a  la telefonía y computadoras se refiere, estaban bastante anticuados.
Al principio no sabía que contarle, todo me parecían cosas  sin sentido. Pensé en decirle lo ocurrido en el bosque, pero ya me había decepcionado bastante cuando se lo conté a Olga, como para que Max tampoco me creyese. En cierto modo, yo tampoco me lo habría creído. También me rondó la idea de decirle que había hecho amigos aquí dentro, sí, yo, la chica que era incapaz de hablar siquiera con su propio reflejo en el espejo, porque antes de articular palabra, ya estaba medio sin respiración. Al final me decidí y acabó algo así:
Hola Max:
Ya te dije que te escribiría para contarte todo lo que me fuera sucediendo y eso haré, no romperé mi palabra.
En primer lugar, tengo el deber de decirte que te echo muchísimo de menos; nuestras conversaciones, nuestras tonterías, los momentos juntos…
También he de decirte que a pesar de todo, esto no está tan mal, ya he hecho amigos: Lorens, Olga, Bianca y Peter, son muy simpáticos y me están ayudando bastante desde que llegué aquí, seguro que te caerían bien. Bueno, también tengo alguna que otra enemiga, una chica llamada Sharon; a penas la conozco pero se ve que no le he caído muy bien.
De momento eso es todo, por ahora, pero como ya te he dicho, te iré contando todo lo que me pase a medida que vaya pasando el tiempo aquí.
Y tú ¿qué tal?
Te quiere: Daniel.

-¿Papá?
Cuando acabé de escribirle el e-mail a Max, pensé en que las chicas tenían razón y sería bueno hablar con mi padre para contarle lo que me estaba pasando, la pérdida del apetito por lo mal que me sabía la comida, a si es que fui a apartamento a verle, pero no había nadie.
-¿Dónde estará este hombre?
Como no tenía nada que hacer, fui a mi habitación a coger uno de los libros que dejé allí, para momentos como este, y me tumbé en el sofá arropada con una gruesa manta, mientras le esperaba.
No era mi tarde, serían las cuatro o cinco de la tarde, pero el calor que me proporcionaba la manta y lo a gusto que estaba en el sofá, fueron dos factores fundamentales para hacer que mi cansancio aumentara con el paso de los minutos. Los párpados se cerraban con fuerza, y el libro que estaba leyendo, cada dos por tres tenía que buscar la última página que había leído una y otra vez, porque se me caía al suelo. Al final terminé por ceder al sueño y me quedé dormida, en los últimos días, me encontraba cansada constantemente.

-Si le cuentas esto a alguien…
-No se lo contaré a nadie, lo prometo.
Todo estaba invadido por una densa oscuridad, que me impedía ver y por tanto, saber, dónde me encontraba y la humedad del lugar, atravesaba mi cuerpo, como puntas de flechas, calándome los huesos y provocándome pequeños espasmos musculares y tal castañeteo de dientes que parecían dos cáscaras de nuez chocando.
-Daniel, date prisa, –alguien me cogió del brazo y tiró de mí, adentrándonos más en la oscuridad- vamos a tener que correr, sino nos cazarán.
-Pero no puedo, no tengo fuerzas y me duele mucho.
En ese momento sentí una punzada de dolor en el muslo y al llevare la mano a la zona dolorida, sentí algo  húmedo y caliente. Podía olerlo, era sangre, ¡me estaba desangrando!
-Me duele. Me duele mucho. No voy a poder correr.
Sonaron unos gritos detrás de nosotros, junto con los ladridos de unos perros que corrían a nuestro encuentro. La otra persona que se encontraba conmigo, me cogió en brazos. No sabía quién era, pero era fuerte y al parecer, por su voz y musculatura, era un chico.
Echó a correr a tal velocidad, que el viento me empujaba contra su cálido pecho, obligándome a ocultar la cara en él para no dañarme la piel.
-Daniel, pase lo que pase, sabes que te quiero ¿verdad?
-Sí lo sé. –Respondí con la voz ahogada- Yo también te quiero.


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