-Creo que le gustas.
Olga y yo nos
dirigíamos al salón de actos, donde se supone que ahora había una comida para
los nuevos alumnos, aunque yo seguía preguntándome por qué nosotros, los
nuevos, no podíamos ir a la reunión. Se lo pregunté a mi padre y la única
respuesta que obtuve fue: “es algo complicado Daniel”. ¿Complicado? Complicado
es intentar chuparte el codo, no explicarme por qué yo no podía estar allí.
Pero en fin, dejé de darle vueltas. Ahora el problema era Pierre y esa chica,
Sharon. Le estaba contando lo sucedido antes en la presentación, a Olga y ella
llevaba casi cerca de veinte minutos insistiendo en que Sharon era una puta y en
que a Pierre yo le gustaba. Tonterías.
-No le gusto, además,
ni quiera me conoce.
-Por eso mismo, no te
conoce y a Sharon sí. –Aunque Olga era nueva aquí, su hermano le había puesto
al corriente de todo lo que ocurría en Vertoba. Quiénes eran los mandamás,
quienes los pringados y con quienes debía y no juntarse. Al menos, eso nos
serviría de algo útil- Mi hermano me ha dicho que es la típica niña pija, hija
de papi y mami a la que le dan todos los caprichos y que está aquí porque
aportan una suma económica importante.
-Bueno da igual. Hoy
no es que sea mi mejor día y eso que acaba de empezar. Esta mañana lo del chico
que me estaba espiando…
-Espera, ¿espiando?
–mi amiga se detuvo de golpe en el final de las escaleras, con cara de
sorpresa. Vaya, eso se me había pasado contárselo.
-Ah, sí, esta mañana
me levante temprano y fui al claro del bosque a tocar la guitarra y al irme vi
que había un chico, Alex, creo que me dijo.
-¿Tocas la guitarra?
¡Qué pasada! Tienes que enseñarme.
-Oh por Dios,
¿queréis dejar de decir eso? Sí, toco la guitarra, no sé, no es algo del otro
mundo. –Seguí andando, dejándola atrás y obligándola a correr un poco.
-Vale, perdona –se
disculpó- ¿Alex, has dicho que se llama? ¿Y por qué crees que te estaba
espiando?
-Sí, eso me dijo, yo
no le dije mi nombre, estaba enfadada. Pues no sé, cuando no conoces a alguien
y le pillas mirándote desde detrás de unos arbustos… ¿tú que pensarías?
-Tienes razón,
pensaría igual. Pues no sé quién puede ser, si es de aquí, ya le veremos ¿no?
-Sí, supongo que sí.
-¡Eh, chicas!
¡Esperad! –Era Peter que hacía una especie de espasmos con los brazos y
corriendo detrás nuestra.
-¿Qué se supone que
hace con los brazos?- Le pregunté a Olga.
-¿Qué coño haces
Peter?
-Llamar vuestra
atención, no quería entrar solo, no conozco a nadie y a pesar de ser todo un
macho –se golpeó fuertemente el pecho con los puños cerrados- a veces soy
tímido.
-Ya, todo un macho-
añadí entre risas - ¿Y Bianca?
-Dijo que nos veía ya
allí.
-Cierto –reanudé la
marcha- Pues vamos, debe de estar esperándonos.
-¿Ya tenéis los horarios
de las clases? –Peter nos miró a ambas con cara dubitativa, como si lo que
acabase de preguntar fuera algo del otro mundo.- Quiero saber si me toca con
alguna de vosotras.
-No.
-Espero que no
-sonreí amablemente- Era broma. Supongo que a nosotras nos lo darán mi padre y
su hermano.
En efecto, Bianca nos
estaba esperando apoyada en la pared, enfrente de la puerta del salón donde se
celebraba la comida, con aire de indiferencia a todo lo que pasaba a su
alrededor. –Vale, Bianca y Peter son tal para cual, seguro que acaban liados a
final de curso-. Se separó de la pared nada más vernos y vino hacia nosotros
con una amigable sonrisa.
-Hola, chicos.
-Hola –contestamos
los tres a la vez.
-¿Entramos? –preguntó
Peter adelantándose a nosotras.
-No estaría mal, no
me apetece pasarme aquí toda la mañana, además tengo un hambre espantosa –Olga
se frotó la barriga para cerciorar su comentario.
-Entremos pues.
El salón estaba muy
distinto a como lo vi las veces anteriores. Una luz dorada cubría toda la
estancia, haciendo que el color de las
copas de champan que llevaban los camareros en sus bandejas, se intensificara
hasta el punto de obtener un brillo suave y a la vez dañino en los ojos. Las
sillas habían desaparecido y en su lugar había mesas rectangulares, de una
punta a otra del salón, cubiertas con manteles blancos con motivos rojos en los
bordes y repletas de comida exquisita, que desprendía un aroma que solo con
olerlo hacía que tu estómago gruñese de dolor.
-Ummm, que bien huele
todo –Olga tenía una sonrisa de placer, como si en su vida hubiera olido nada
igual mientras que seguía frotándose el estómago- no sé vosotros, pero yo hoy
voy a comer como nunca en mi vida y voy a empezar por aquél estofado de allí,
que me está llamando a gritos. ¡Vamos!
-Glotona –la miré con
ojos socarrones- lo cierto es que sí, yo también tengo hambre.
La hora restante nos
la pasamos comiendo de todo un poco, probando una porción de estofado, un poco
de salsa de arándanos con pan agridulce, pequeñas tostaditas de paté de pavo,
manzanas caramelizadas y muchos platos y sabores nuevos, que mi paladar, en lo
que tenía de vida, había probado y todo esto intercalado entre pequeños sorbos
de champan, que los camareros te ofrecían amablemente.
-Creo que voy a
reventar. –Y así era, mi estómago estaba gruñendo, pero no de hambre como
antes, sino de dolor, no había parado de comer desde que entramos y ya
llevábamos cerca de una hora- Chicos, yo lo siento, pero creo que me voy a ir a
mi habitación, no me encuentro bien, he comido demasiado y ese champan me ha
mareado un poco.
-Yo también me voy a ir si quiero salir viva –Bianca tenía
un color verdusco en la cara- tampoco me encuentro bien.
-Chicas, en nada que coméis un poco más de la cuenta, ya
decís que no os encontráis bien- Peter seguía comiendo un muslo de pollo con
salsa de miel- Tenéis que ser menos blandengues y darle un poco de vidilla a
vuestro estómago.
-Habla por ella, yo me encuentro perfectamente, es más,
creo que cogeré un poco de eso –señaló con el dedo índice el muslo que Peter se estaba comiendo.
-Muslo de pollo con salsa de miel –contestó este con la
boca llena.
-Solo de oírlo se me hace la boca agua. Bueno chicas –se
dirigió a Bianca y a mí- esta noche nos vemos a la hora de la cena, si no, me
pasaré por vuestros cuartos y os veré, a ver si os encontráis mejor. O mejor,
¿por qué no os venís esta noche a mi habitación? Teno una botella de Vodka Rojo
que le quité el otro día a mi hermano.
-Lo consideraré –respondí agarrándome con fuerza el estómago-
Si me disculpáis, tengo que irme.
Eché a correr pasillo arriba hacia las escaleras que
conducían a las habitaciones, si no, echaría la pota allí mismo. Sentía que el
estómago se me encogía más y más hasta el punto de pensar que era del tamaño de
una nuez. No aguantaría o corría más rápido o no me podría aguantar.
Abría la puerta de mi habitación de un empujón tan grande
que casi la desprendo de sus goznes. Pensaba que no llegaría y al fin llegué al
baño, justo a tiempo para echar por la boca todo lo que había entrado antes.
-Cariño, abre, soy yo, papa –mi padre no paraba de aporrear
la puerta del cuarto de baño, pero yo no era capaz de incorporarme del dolor de
estómago que tenía- ábreme.
-Papa, estoy bien –dije entre arcadas- vete.
-Daniel, voy a abrir.
-No, papa ya voy…
No me dio tiempo a terminar la frase cuando mi padre entró
por la puerta, dejándome ver la expresión de horror de su cara, ¿tan mal
aspecto tenía?.
-Por el amor de Dios ¿Qué te ha pasado? –mi padre se agachó
para ayudar a que me incorporara, poniéndome de pie y ayudándome a salir del
baño- Un tal Peter y Olga vinieron a avisarme de que tu y otra chica no os
encontrabais muy bien y estaban preocupados. Dijeron que habían estado
llamándoos pero que no contestabais.
-Bianca –recordé que ella tampoco se encontraba bien- ¿cómo
se encuentra?
-Está bien, le di a tus amigos un té de hiervas para que se
lo dieran –me sentó en la cama y me arropó con dulzura con la manta azul.
-Vale –al sentarme sentí como una nueva arcada venía
directa hacia mi boca y de no ser porque ya no tenía nada en el estómago,
habría vuelto a vomitar.
-Toma cielo –me tendió una taza negra con un líquido oscuro
en su interior- tómatelo todo, te sentirás mejor.
-¿Qué es? –me llevé la taza a los labios untándomelos con
ese mejunje, dejándome un sabor agrio, pero a la vez dulzón.
-Son unas hiervas, te ayudaran a recupérate. ¿Qué te ha
pasado?
-No lo sé, estaba bien hasta después de comer esa comida
que nos pusieron en el salón de actos.
-Vaya… -mi padre se me quedó mirando con cara dubitativa
mientras me acarició una mejilla- ya pasó cielo.
Ese té estaba bastante bueno y no tuve reparos en
acabármelo de un sorbo antes de que mi padre me arrancase la taza de las manos
y la pusiera sobre la mesilla.
-Ahora descansa, cielo. Yo tengo que irme, pero esta noche
vendré a verte.
-Vale papa –mi voz sonó adormecida. No sé qué llevaría ese
té pero me había quedado atolondrada aunque el dolor de estómago se me había
pasado.
-Te veo esta noche.
-Despierta, despierta, despierta.
Alguien me estaba zarandeando y no con cuidado precisamente
y a pesar de las ganas que tenía de soltarle un guantazo y seguir durmiendo, me
las reprimí y di la orden a mis párpados de que se abrieran para poder ver a
esa bestia que me estaba despertando de esa forma. Al principio no distinguí
bien quienes eran pero al poco me di cuenta de que eran Peter, Olga y Bianca.
¿Bianca?
-Uf menos mal, llevamos cerca de media hora aquí esperando
a que la bella durmiente despertase. –Dijo Peter con un tono exagerado- ¿Cómo
te encuentras?
-Ya estoy mejor, apenas me duele… -me incorporé en la cama,
apoyando mi espalda en el cabecero y llevándome las manos al estómago. ¡Ya no
me dolía!- Rectifico, no me duele.
-Las hiervas de tu padre son fantásticas ¿verdad? Ellos me
las llevaron antes a mi cuarto y nada más tomármelas el dolor se pasó.
-¿Y tú como te encuentras Bianca?- estaba interesada de
verdad, sabía lo que había sentido.
-Ya estoy mejor, aunque sigo con sueño.
-Sí yo también. ¿Qué hora es?
-Pues… -Olga se miró su reloj de correa amarilla- son las
siene menos tres minutos, justo la hora de bajar a cenar.
-¿Cenar? No gracias, yo ya he comido suficiente por hoy,
creo que seguiré durmiendo.
-Yo tampoco voy a bajar –dijo Bianca- no tengo hambre y
como he dicho sigo con sueño, a si es que si me disculpáis –se levantó del
suelo y se fue hacia la puerta- yo me voy chicos.
-Espera –Peter la siguió- yo también me voy, ¿vienes Olga?
Yo si ceno.
-Ems… sí, mi estómago sigue con hambre.
-¿Cómo es posible que comas tanto y estés en los huesos? –Era
increíble lo delgada que estaba y todo lo que podía comer, la verdad es que me
sorprendía.
-Soy de metabolismo rápido –se rió- Bueno bella durmiente,
descansa, que mañana nos espera un día largo. Ah, casi se me olvidaba, tu padre
me dijo que lo sentía, que no iba a poder venir, seguían en la reunión, me dijo
que te diera el horario –me indicó con un gesto de la cabeza que estaba encima
de la mesilla- te lo puse allí. Tenemos prácticamente las mismas clases. Adiós.
Cogí el horario de las clases para echarle un vistazo y ver
qué clases tendría al día siguiente y si con un poco de suerte mi padre no
sería el que me diera historia. Pero no la hubo. A demás, mañana empezaba bien
el día, con lengua inglesa y lo peor de todo es que la persona que daba las
clases era la directora. Perfecto.
Decidí que lo mejor sería volver a dormirse, no tenía nada
que hacer, tampoco tenía ganas de cenar y mañana me esperaba un día largo a si
es que apagué la luz y volví a tumbarme en la cama. Por suerte el sueño estaba
a mi favor.
Como las clases el primer día empezaban a medio día, no
tuve que madrugar y alargué todo lo posible mi estancia en la cama. No me
levanté muy temprano ya que lo único que tenía que hacer era ducharme y
preparar los libros, porque lo bueno que tenía el uniforme es que no tenía que
pensar el día anterior que ropa ponerme al día siguiente, además, me levanté
sin hambre, el té que me dio mi padre saciaba mucho el apetito, no
obstante, me tomé una chocolatina antes
de vestirme.
Para el primer día escogí el uniforme en su modelo negro,
el azul marino y el rojo no me gustaban mucho, a si es que me los pondría lo
menos posible. La falda negra plisada me llegaba a la mitad de los muslos y la
camisa blanca, debajo del jersey, me quedaba un poco amplia, por suerte no se
notaba a penas. No tenía otros zapatos a si es que me puse mis botas negras,
que le daban un toque personal al uniforme.
Volví a revisar mi horario para poder coger las asignaturas
del día –lengua inglesa e historia- y guardarlas en el nievo bolso de clase que
mi padre me había regalado antes de venir.
-En fin –di una vuelta por la habitación para asegurarme de
que lo había guardado todo, antes de mirarme en el espejo y aplicarme un poco
de máscara de ojos. Pensé en que mejor sería no maquillarme los ojos de negro
para ir a clase, aquí la gente parecía muy estirada- esperemos que todo salga
bien.
Estaba cerrando la puerta con llave, cuando noté unos
golpecitos en el hombro.
-Hola Daniela, quería presentarme. Soy la prefecta, pero
llámame Carol.
La chica que me habló era más o menos de mi estatura, con
un pelo rubio y perfectamente planchado que le caía sobre los hombros hasta la
altura de las caderas. Llevaba la versión azul del uniforme, pero con las
medias grises y las bailarinas negras.
-Hola.
-La directora me ha enviado para avisarte de que estoy al
cargo de todo y que si necesitas ayuda no dudes en pedírmela.
-Oh vaya, muchas gracias –parecía amable, aunque me di
cuenta de que era una de las chicas que participó en mi humillación el día
anterior.
-No tienes que darlas, es mi deber. Ahora si me disculpas
he de irme, adiós
No le respondí, directamente me fui directa a las escaleras
e irme a mi primera clase. No quería llegar tarde el primer día.
Era la segunda clase a la derecha, una con una puerta vieja
y astillosa –a conjunto con la directora- pensé con una sonrisa tonta en la
cara. La mesa del profesor estaba situada enfrente de la puerta, mirando hacia
los pupitres de los alumnos, colocados de a dos.
La clase aún estaba medio vacía a si es que no tuve problema
en escoger un asiento, tercera fila a la izquierda, pegada a la pared. Con un
poco de suerte me sentaría sola y no tendría que pasar el mal trago de estar
sentada con otra persona.
El aula se fue llenando a medida que pasaba el tiempo y yo
seguía sola, ya estaba dando las gracias, mientras sacaba el material cuando
una chica menuda, pálida y de pelo rojizo apartó la silla de la mesa junto a la
mía y se sentó con una amable sonrisa.
-Hola, yo soy Lorens, ¿tú eres?
-Hola –sonreí- yo soy Daniela, pero prefiero que me llamen
Daniel.
-Encantada Daniel. Vaya parece que seremos compañeras de
pupitre.
-Sí eso parece.
-Nunca te había visto por aquí –su ceño se frunció,
haciendo que su piel, tersa y lisa se arrugase como una uva pasa- ¿eres nueva?
-Sí, es el primer año que estoy en Vertoba.
-Te gustará, créeme.
Al parecer ahí acabó la conversación, porque ella se dio la
vuelta para hablar con el chico que se sentaba al otro lado y yo, no sabía que
responder a ese “te gustará”. ¿Qué me gustará? Solo llevaba allí tres días y ya
me había mareado, casi había echado el estómago por la boca y la gente ya se
había reído de mí. Por suerte ese incómoda silencio y estado de soledad, que
había durado no más de un minuto pero que para mí había parecido cerca de una
hora, se acabó cuando la directora entró pegando un fuerte portazo tras suya.
-Buenos días alumnos, como hoy es el primer día, por suerte
para vosotros, lo máximo que haremos será leer un poema, que vuestro compañero
Stems…
Yo estaba embobada dibujando en mi cuaderno cuando escuché
que la puerta se abría y supuse que sería un
alumno rezagado y nuevo en la
escuela, ya que a la directora no le gusta que la gente llegue tarde, al menos
eso me dejó claro el primer día.
-Señor Welst, ¿cuántas veces tengo que decirle que no me
gusta que la gente llegue tarde?
-Ni una sola vez más directora.
Esa voz. Esa voz me sonaba. Levanté la cabeza de golpe y
para mi sorpresa, el alumno que había llegado tarde resultó ser el mismo chico
que estaba espiándome en el bosque.
-Entonces ¿es de aquí?
-¿Qué?
Vaya había pensado
en voz alta y Lorens me había escuchado.
-¿Quién es? –le indiqué con un gesto de la cabeza a Alex.
-¿Alex? Es el típico chulo de todos los institutos, que
está bastante bueno, he de decir, pero a veces es un gilipollas. Yo me lié con
él. ¿Por?
-Ah –algún comentario de ahí sobraba- no por nada.
-¿Guapo verdad?
-No es mi estilo –dije restándole importancia.
-¿Qué no es tu estilo? Este chico es el estilo de todas.
-Pues del mío no.
No quería seguir hablando de ese tal Alex Welst, por lo que
me centré en el poema y di por concluida la conversación.
La hora se me pasó eterna, entre leer y comentar el poema.
De vez en cuando hablaba alguien, pero yo seguí dibujando en mi cuaderno si dar
cuentas a la clase, hasta que por fin tocó el timbre. Me levanté
automáticamente de mi asiento y me dirigí a la puerta, con Lorens a mi lado.
-¿Estás segura que no le conoces de nada? –me preguntó.
-¿A quién?
-A Alex, por supuesto.
-No, ¿por? –vaya, pensé que la conversación había acabado y
resulta que no, seguíamos con el estúpido niñito.
-Pues porque se ha pasado toda la hora mirándote.
-Ah.
-Oye, ¿qué clase tienes ahora?
-Ahora, tengo historia ¿tú?
-No, yo tengo música. Bueno te dejo entonces, nos vemos más
tarde.
-Adiós, nos vemos.
Parecía maja la chica –espero no equivocarme con ella, al
menos es de aquí, puede guiarme-.
El aula de historia era muy similar a la de lengua inglesa,
solo cambiaba en la distribución de los asientos, que se encontraban todos
juntos, formando un cuadrado abierto. No tenía mucho sitio donde elegir a si es
que me senté en el primero que vi.
-Vaya, parece que nos volvemos a encontrar, chica
misteriosa.
¿Quién sería ahora? En esta hora no coincidía con ninguno
de mis amigos. Y claro que no era ninguno de mis amigos, resultó ser Alex, que
al parecer yo había escogido mi asiento al lado del suyo. Menuda suerte la mía.
-Si ¿verdad? –dije volviendo la cabeza a mi bolso, para
sacar las cosas.
-Aún sigo esperando tu nombre.
-Espera sentado, a veces tarda en llegar.
-Chica con carácter al parecer.
-Sí y mucho –le miré fijamente a los ojos- y sobretodo con
la gente que da la casualidad que la encuentro mirándome detrás de un arbusto.
-Oh por favor - ¿se estaba riendo en mi cara?- no te estaba
espiando, ya te expliqué.
-Sí, ya me explicaste.
-¿Empezamos de nuevo? –me tendió su mano derecha- Soy Alex
Welst ¿tú?
-Daniela –le respondí apretándole la mano con fuerza-
Daniela Holmson.
-Encantado Daniel Holmson, he odio por ahí que no te gusta
que te llamen Daniela.
-Ems… sí. Espera ¿has oído?
¿Había oído hablar de mi? Pero si yo era la primera vez que
estaba aquí, ¿cómo era posible? Pero me quedé con las ganas de saber la
respuesta puesto que mi padre entró en el aula y él decidió guardarse su
comentario.
-Buenos días clase, soy vuestro nuevo profesor de historia,
mi nombre es Harry Holmson.
Nunca antes había tenido a mi padre como profesor, pero me
pude imaginar que la alumna que más atención se llevaría sería yo, a si es que
tendría que ponerme las pilas en su asignatura.
La hora de historia fue poco más o menos como la hora
anterior de lengua inglesa, ya que era el primer día no hicimos nada y yo maldije
la hora en la que decidí traerme los libros, no pesaban mucho, pero era un
incordio tener que estar arriba y abajo con ellos, yo era un poco vaga.
-En fin chicos, antes de que toque el timbre me gustaría
hablar un poco sobre los exámenes –ahí estaba, palabra clave, exámenes, ya
decía yo que no lo había mencionado en toda la hora- será solo uno por
trimestre, es decir, tendréis que ir estudiando día a día si queréis aprobar mi
asignatura, además os mandaré trabajos sobre cada tema y serán un cincuenta por
ciento de la nota trimestral. Bueno chicos, eso es todo, aunque soy estricto
con no dejar salir antes de que suene el timbre, podéis marcharos.
Mientras recogía mis cosas mi padre se acercó a verme antes
de que pudiera escaparme de él.
-¿Cómo te encuentras cielo?
-Ya estoy mejor –dije mientras me incorporaba del pupitre- no
sé qué me diste pero me sentó genial y a Bianca también.
-Me alegró mucho cielo. No te entretengo más, que debes de
tener hambre.
-Sí, lo cierto es que sí, no he comido nada más que una
chocolatina.
-Pues date prisa y vete al comedor, antes de que todos los
sitios estén ocupados.
-Sí, mejor. Adiós papá.
Antes de irme le di un beso en la mejilla, como cuando era
pequeña y él me llevaba al colegio de infantil, echaba de menos esa época.
Al salir por la puerta vi que Alex estaba apoyado en
una ventana, justo enfrente de mí, con los brazos cruzados y una bonita risa socarrona
que le hacía parecer más chulo aún, si eso era posible. Pasé por su lado sin
siquiera dirigirle una mirada.
-Con qué el profe es tú papi ¿no?
-Sí –contesté sin mirarle.
-Juegas con ventaja, no vale.
-Sí, bueno, si ventaja se le llama tener a tu padre en
clase y que te machaque como a la que más, claro que se le llama ventaja.
-Si lo miras desde ese punto de vista –ahí estaba de nuevo
esa sonrisa ¿cómo lo hacía?
-Oye, no quiero parecer grosera, pero llego tarde sí,
disculpa –tuve que adelantar mi paso para poder dejarle atrás.
-Disculpada –gritó- por cierto, tocas muy bien la guitarra.
Mi padre estuvo en lo cierto, el comedor ya estaba atestado
de gente y apenas había un hueco libre, por suerte Bianca, Olga y Peter me
habían guardado uno en su mesa, al lado de la ventana que daba al patio trasero.
Me dirigía hacia allí justo cuando Pierre salió a mi camino, cortándome el
paso.
-Buenas tardes beau ¿quería usted concederme
el honor de sentarse a la mesa conmigo?-dijo mientras retiraba una silla para
indicarme que me sentara.
Le miré a los ojos, con una sonrisa de niña
boba sin saber que contestar, por lo que pensé que mejor sería sentarme sin
decir nada. Yo seguía ensimismada en mis pensamientos cuando me di cuenta que
los demás integrantes de la mesa eran Sharon y Carol, junto con otra chica de
cabellos rizados y castaños y dos chicos, uno rubio, con el pelo por los hombros
y otro moreno. Las tres chicas se echaron a reír y mi cerebro me pegó un golpe
interno, como castigo por haberme sentado allí.
-Hola –fue lo único que salió de mi boca.
-Daniel, estos son Marcus y André –refiriéndose
a los dos chicos respectivamente- y bueno a ellas ya las conoces, Sharon, Carol
y Mía.
-Todo un placer –dijo Marcus.
Mi única respuesta fue asentir con la cabeza,
colorada como un tomate por la vergüenza, mientras evitaba las miradas de las
tres chicas. Con un poco de suerte, la comida pasará rápido.
-Daniela, quería disculparme por lo de ayer,
Pierre tiene razón y lo que hice estuvo mal.
Mi vergüenza aumentó, con un poco de asombro,
¿Sharon se estaba disculpando?
-No te preocupes, ya pasó todo –le sonreí.
-¡Qué hambre! –dijo André frotándose la
barriga-¿no tenéis hambre?
-André, no seas grosero –Mía le pegó un codazo
en el estómago- tenemos invitadas a la mesa. ¿De dónde dices que eres, Daniela?
-En realidad, no dije nada.
-Es una forma de decir, beauté –me susurró
Pierre al oído.
-Soy de Estados Unidos.
-Es precioso, al menos Manhattan –comentó Carol-
estuve el año pasado.
-Sí, sí que lo es.
Me encontraba un poco incómoda con todas las
miradas posadas en mí, pero Pierre supo cómo hacer que esa sensación se me
pasara a lo largo de la comida. Me preguntó los motivos del por qué estudiar
tan lejos, si me encontraba a gusto
dejando toda mi vida atrás, sí me gustaba esto y sobre mi familia.
-Oh vaya, disculpa mi beauté, no sabía que
solo estabas con tu padre, disculpa.
-No, tranquilo, no tendrías por qué saberlo.
-¿Qué les pasó? –insistió.
-Mi hermano murió y mi madre se marchó de casa
al poco tiempo.
-Vaya, tiene que ser muy duro.
No me apetecía seguir hablando del tema por lo
que empujé mi plato a un lado y retiré la silla con un chirrido al rozar las
patas contra el suelo.
-Si me disculpáis tengo que irme. Un placer
conoceros.
Me fui antes de que pudieran responder.
CAPÍTULO 11.
Desde la hora de la comida mi día se había
basado en quedarme en la habitación tumbada en la cama pensando qué estaba
haciendo con mi vida. No paré de darle vueltas a la disculpa de Sharon y a cómo
se rieron de mi, ella y sus amigas a la hora de la comida, no debía haberme
sentado ahí y darles ese gusto. No me tragué sus excusas, sabía que esa chica
no era de trigo limpio y que no debía fiarme de ella, me recordaba a la típica
niña pija de película a la que todo le sale bien.
Miré el reloj para comprobar la hora que era y
vi que eran las 5:30. Dentro de hora y media era la cena y yo no había hecho
nada en toda la tarde además de pensar en las musarañas a si es que me puse un
pantalón de chanda, una sudadera y me
hice un moño para salir a correr. Tenía que aprovechar ahora que las clases
solo acaban de empezar, luego no podría ni respirar y mi vida estaría basada en
estudiar e invernar en la biblioteca.
El pasillo estaba prácticamente vacío, solo
había dos chicas sentadas en las escaleras cotilleando sobre quién era el chico
más guapo y una tal fiesta que se hace al empezar el curso, no presté mucha
atención, yo iba ensimismada en mis pensamientos, pensando en que llevaba
bastante tiempo sin salir a correr y que mi estado físico estaba en decadencia
y ahora esto me iba a pasar factura.
-¡Eh rubia! ¿Dónde vas?
Estaba en la sala común y no reconocía a
nadie, ¿quién me estaba llamando? Y además ¿rubia?
-Daniel, aquí abajo.
Miré bajo las escaleras y a quien me encontré
fue a Lorens, mi compañera de pupitre en la hora de lengua inglesa.
-Que susto me has dado no sabía quién eras –
dije mientras me metía con ella en el hueco bajo la escalera- ¿qué haces aquí
de todos modos?
-Ah, nada –sacudió la mano restándole
importancia- es que no me apetece estar con todos estos snobs y me gusta
meterme aquí a leer un rato.
Reparé en el libro sobre su regazo, “Nigth
School tras los muros de Cimmeria”, nunca lo había leído, pero por el título
parecía interesante.
-¿A dónde ibas?
-Ah, llevo toda la tarde en mi cuarto, pensé
en salir a correr un rato ¿quieres venir?
-¿Correr? Uf creo que prefiero quedarme
leyendo otro rato.
El hueco donde estábamos era un poco pequeño y
agobiante aunque he de reconocer que un buen sitio si no querías que nadie te
encontrase. –Lo visitaré más a menudo-.
-Bueno, pues nada entonces. Nos vemos luego
“pelirroja”
-Adiós rubia.
Seguí por mi camino con paso firme, deseando
no tener ninguna interrupción más, quería salir y despejarme, que me diera el
aire fresco en la cara y desentumecerme un poco; estar toda la tarde tumbada
podía llegar a cansar.
En el exterior, como deduje, el aire era
gélido y frío y agradecí el haberlo tenido en cuenta y ponerme la sudadera
negra de forro polar, aunque luego tendría calor, pero ahora eso daba igual.
A pesar de lo oscuro y denso que podía ponerse
el bosque, seguí el camino que lo atravesaba, un poco asustada, he de reconocer,
pero a la vez mi mente estaba en un estado de alivio que necesitaba desde hace
mucho tiempo, lo único que me faltaba para completar y hacer esto más perfecto
era mi música, pero el móvil se me había quedado bajo la almohada, en mi
cuarto. Podía sentir el aire entre los mechones sueltos de mi pelo que colgaban
del moño mal agarrado, las hierbas que se enganchaban en mis pantalones y el
cantar de los pájaros al atardecer. Todo era perfecto. A pesar de que llevaba
tiempo sin correr, mis pulmones no lo notaron, no me costaba respirar y mis piernas
corrían cada vez más deprisa, no recordaba que yo fuera tan rápida.
El instituto ya apenas se veía, lo tapaban las
frondosas copas de los árboles rojizos, avisando de que sus hojas caerían en
unas semanas, para darle un aspecto más siniestro, si cabía, al bosque, con la
llegada del otoño. Llevaría recorrido un kilómetro cuando una sensación extraña
se apoderó de mí de repente. Sentía como si
unos ojos se clavasen en mi nuca que me siguiesen allá a donde iba, por
lo que abandoné el camino y me metí
bosque a través, a ver si así se me pasaba la paranoia. –Daniel, no empieces,
estás tú sola en el bosque, sabes que todos están en las salas comunes-. Mi
mente me decía que yo estaba sola, que no había nadie más, además de los pájaros
y animalillos del bosque, pero mi
instinto me decía que no, por lo que paré para tranquilizarme un poco.
Me senté en las raíces gruesas de un árbol
cercano a descansar, para que las pulsaciones ralentizasen y pudiera volver al
instituto cuando lo vi, en frente de mí. Unos ojos amarillos me observaban
desde no muy lejos, escondidos entre los matorrales, agazapados para poder
verme sin ser visto, pero no le había funcionado, le estaba viendo.
De un salto me incorporé, dispuesta a seguir
corriendo, pero mis piernas no me respondían –buen momento para pararte-.
Necesitaba aire, tenía que pedir auxilio, pero algo dentro de mí me decía que
no tenía que hacerlo, que si lo hacía aquella cosa saltaría hacia mí, ¿qué era
eso? Al ver que me levantaba y me ponía en posición para salir a correr, se
adelantó para que pudiera verlo. Era un perro, no, un lobo mejor dicho, pero no
era un lobo corriente, era muy grande, superior a mí, con el pelo negro como
las tinieblas y peludo. ¡Era como el de mi sueño!
-Esto… esto no puede ser real, debo de haberme
quedado dormida en la cama. Esto no puede ser real.
Tuve que pellizcarme para comprobar que no estaba
en lo cierto y que esta situación era lo más real que podía existir, que no era
otra pesadilla y que esa cosa iba a derramar mi sangre por el bosque.
La cabeza empezó a darme vueltas y a mi
estómago parecía que le acababan de montar por independiente en una montaña
rusa, no podía con aquella presión y termine por caer de rodillas al suelo,
clavándome una rama puntiaguda en las manos. Me agazapé abrazándome las
rodillas, al lado de las raíces donde me había sentado anteriormente, siendo
consciente de que el lobo me estaba mirando intensamente, tenía la sensación de
que me conocía, pero eso no podía ser cierto.
La bestia me miró intensamente con la cabeza
torcida, como si no entendiera por qué estaba llorando y echó los labios hacia
atrás, enseñándome los dientes con un gruñido, como si tratase de decirme algo,
pero yo no paraba de acunarme, con lágrimas en los ojos, mientras le miraba,
diciéndome una y otra vez que aquello no era real, que solo era un sueño.
Como si pudiera sentir mi temor, el animal se
echó hacia atrás, dubitativo, antes de volverse hacia su escondrijo velozmente,
dejándome allí, sola, acunándome entre la maleza y sin terminar de creerme lo
que acababa de ver.
Mis pupilas estaban dilatadas por el susto y
un torrente de adrenalina y temor me recorrían todo el cuerpo, haciendo que los
músculos se me entumecieran y la vista se me volviera cada vez más borrosa,
hasta el punto en el que todo mi cuerpo cedió y termino por derrumbarse
mientras que una fría y negra oscuridad se apoderó de mí. No podía gritar, ni
correr, ni siquiera respirar, mis pulmones se estaban cerrando poco a poco,
sentía cómo se encogían y me hacían jadear cogiendo grandes bocanas de aire,
pero ya era tarde, el pánico se había apoderado de mí. A los pocos minutos, mi
consciencia se apagó.
Las sábanas suaves y lisas me rozaban la piel
haciendo que los pelos de los brazos se me erizasen y que un escalofrío me
recorriera la espalda, serpenteante y ligero. Fui abriendo los ojos poco a
poco, para saber dónde me encontraba, porque estaba claro que ya no estaba en
el bosque. El cantar de los pájaros había dado paso al murmullo, la aspereza de
las raíces, donde recordaba haber estado consciente por última vez, a la
suavidad de las sabanas de una cama, el frío del exterior, a un cálido aire. Al
principio no pude ver nada, una intensa luz me cegaba los ojos, pero poco a
poco pude reconocer a mi padre, Olga, Lorens y Peter, sentados a mi alrededor
en la cama y en el sillón rojo, donde estaba Lorens sentada.
CAPÍTULO 12
-¿Qué pasa? ¿Por qué estáis todos aquí? –lo
último que recordaba era estar tumbada en el bosque ¿qué demonios hacía en mi
habitación?
-¡Cariño! –mi padre se abalanzó sobre mí,
dándome un fuerte abrazo- Nos tenías tan preocupados.
-Pero, pero qué…
-¿No recuerdas nada?- por su ceja levantada a modo de interrogación
y su cara de perplejidad supuse que Olga estaba tan sorprendida de que yo no
recordase nada, como yo de estar en mi habitación
-Lo último que recuerdo es estar en el bosque
y…
Si les decía lo que había visto ¿me creerían?
Probablemente no, creerían que estaba loca o algo por el estilo, a si es que
mejor no dije nada.
-¿Y?
-¿Cómo he llegado aquí?
-Por suerte Alex Welst salió a dar una vuelta
por el bosque- contestó mi padre, separándose de mi- y te encontró
inconsciente entre las raíces de un árbol. ¿Estás bien cielo? ¿Qué ha
pasado?
¿Alex? No recordaba a verle visto por el
bosque. Mi expresión debió de delatarme porque mi padre volvió a amarrare
fuertemente entre sus brazos, como nunca antes lo había hecho.
-Qué suerte la tuya eh –bromeó Lorens-
rescatada por un chico guapo.
-¿Suerte? Sí, sobre todo por la parte que me toca de salir a correr y
que por el camino me despedace.
-Era broma tonta.
-¿No recuerdas qué te pasó? – mi padre estaba
preocupado, preocupado de verdad.
-No, solo recuerdo el ir corriendo y
encontrarme mal, tuve que parar y sentarme a descansar y ya.
-Bueno, ha sido un buen susto. –me acarició el
pelo con ternura, como cuando era pequeña e intentaba hacerme comprender algo-
Te he traído un té –me tendió una taza similar a la del día anterior. El
contenido desde luego olía igual.
-¿Es como el de ayer? –le cogí la taza y le di
un sorbo, respondiéndome así a la pregunta. –Mmm sí, es como el de ayer.
-Cielo, yo me tengo que ir, os dejo un rato
solos, cualquier problema, avísame y estaré aquí en un santiamén. Ah y Peter
–se dirigió hacia mi amigo, señalándole con un dedo, a modo de advertencia-
tienes tres minutos más, recuerda que los chicos no pueden estar en las
habitaciones de las chicas.
-A sus órdenes mi capitán.
-Y no soy tu capitán.- Las palabras se
ahogaron con el sonoro ruido de la puerta al cerrarse.
-Vale rubia, ahora dinos que pasó en realidad,
nosotros no somos como tu padre, no nos tragamos las mentiras tan fácilmente.
-¿Qué? No he mentido, eso fue lo que pasó en
realidad ¿por qué razón iba a mentiros?
-No lo sé –se encogió de hombros- pero yo al menos
no me lo trago ¿y vosotros, chicos?
-No veo el motivo por que cual iba a
mentirnos- Olga estaba de mi padrte.
-Oh venga ya Olga, ¿no la has visto mover los
ojos de un lado a otro?
-No. Lorens, estás loca.
-Chicas, yo me tengo que ir, ya escuchasteis
al capitán. –Peter se levantó de mi lado y se dirigió hacia la puerta, después
de darme un fuerte abrazo y susurrarme al oído- Mejórate. Nos vemos en una
hora.
-¿Una hora?- no podía ser que ya fuese la hora
de cenar- ¿Qué hora es?
-Las seis de la tarde, rubia. Niñas, yo
también me tengo que ir, tengo que hacer un par de cosas. Nos vemos luego ¿sí?
–se llevó una mano a la frente antes de abrir la puerta- ¡Ah! Casi se me
olvida, ¿os importaría si me voy con vosotras a la hora de la cena? Comer sola
es un poco… aburrido.
-Te pasaré a buscar- le respondió Olga-
¿Habitación?
-Es a 89.
-De acuerdo, nos vemos.
-Gracias, de verdad. Adiós.
Ahora solo estábamos Olga y yo y por su mirada
intuí que iba a decirme algo, que no sería de mi agrado, a si es que me
preparé.
-Venga, suéltalo.
-¿El qué?- Yo estaba en lo cierto.
-Lorens tiene razón, has mentido a tu padre,
lo que pasa es que le he llevado la contraria, porque sea lo que sea no creo
que quisieras contárselo. A ver, sé que a mi tampoco me conoces desde hace
mucho pero…
-Está bien, sí he mentido.
Si había alguien allí en la que podía confiar,
esa era Olga. Tiene razón y no la conocía desde hace mucho, pero en ese poco
tiempo se había ganado la mayor parte de mi confianza.
-En realidad, estaba corriendo por el bosque
cuando noté que alguien me estaba siguiendo. ¿Ves esa sensación que sientes
cuando alguien te mira? Pues lo mismo, pero cada vez era más intenso. –Al
recordarlo, un escalofrío me recorrió el cuerpo- Pensé en alejarme del camino y
me metí bosque a través, pero eso fue peor.
-Daniel, me estás asustando, ¿qué ha pasado?
-Calla –levanté la mano para hacerla callar y
poder seguir con el suceso- El caso es que me paré para ver qué o quién me
seguía y lo que vi..
-¿Qué viste?
-No te lo vas a creer pero da igual. –la miré
a los ojos y lo solté- Era un lobo, un lobo enorme. Era más grande que yo.
Negro, de ojos amarillos y unos dientes grandes y afilados.
Mi amiga se echó a reír ¡no me creía! ¿Por qué
no me creía?
-¿Un lobo? ¿Aquí? Pero si lo máximo que hay
aquí son ardillas, Daniel. Oye mira que si no me lo quieres contar, no pasa
nada.
-Pero te estoy diciendo la verdad.
No podía creer que ella no me creyese, pensé
que lo haría, pero lo único que había hecho había sido enfurecerme. Apreté la
taza, del té, ya vacía, con tanta fuerza que se podría haber roto.
-Ya y yo te creo, lo que pasa es que no es un
lobo.
-¿Cómo que no es un lobo? Yo lo vi.
-En realidad es mi perro Nus, que me pasé con
la leche cuando era pequeño y creció demás.
Ya me había quedado claro, no hacía falta que
se burlara de mí. Estaba enfadada, muy enfadada y no pude contenerme.
-¡Vete de aquí!
-Oye, que lo decía de broma tranquila.
-No, vete. No estoy de humor. Te he sido
sincera y pensé que me creerías pero ya veo que no. Olga por favor vete.
Ella se levantó en silencio y se marchó, sin
decir nada.
No sé cómo lo hacía pero había vuelto a llegar
tarde a la hora de la cena y todos los asientos estaban ya prácticamente
ocupados, incluso la comida estaba servida, costillas de cerdo con patatas,
aunque por suerte vi a mis amigos, al fondo del comedor, con un sitio libre en su mesa. Me estaban
guardando un sitio o al menos eso pensé yo.
-Hola chicos.- Aparté la silla vacía que
estaba entre Bianca y Lorens para sentarme.
-¿Ya te encuentras mejor? –Bianca me miró con
intensidad, como si yo fuera un muslo de pollo o algo así- Me acabo de enterar
de lo ocurrido, por los pasillos. Por lo que se ve, ya lo sabe todo el mundo.
-Genial –nada me hacía más ilusión que estar
en boca de medio instituto- ¿cómo se han podido enterar? Pensé que solo lo
sabíais vosotros y mi padre.
-Y Alex –apuntó Olga señalándome con una
porción de carne en su tenedor.
-Conozco a Alex – dijo Lorens, mientras hacía
círculos en el borde de su vaso de té- y creerme cuando os digo que él, no
diría nada.
-Si bueno, solo llevo un día aquí y ya te digo
que la mayoría de ellos son unos falsos hijos de papi y mami. –esta vez fue
Bianca la que habló.
-Bueno, da igual, total, que ¿van a decir? –Me
llevé un trozo de carne a la boca y un sabor amargo me inundó las papilas
gustativas. Aquella carne estaba asquerosa, no sé cómo se la podían estar
comiendo los demás. -¡Puaj! Qué asco, la carne está asquerosa.
-¿Qué dices? Pero si está buenísima, oye, que
si no quieres más, me la como yo.
-Peter, no seas grosero –Olga le tiró un trozo
de pan a la cabeza, que se le quedó enredado en el pelo.
-Tranquilo, toda para ti, además no tengo
mucha hambre –le pasé mi plato, entero ya que no había comido nada, y me
concentré en mi vaso de agua, la cual también sabía un poco rara he de añadir.
-Deberías comer algo –me dijo Bianca,
pasándome un poco de pan- antes te has mareado y no sería bueno que no tuvieras
nada en el estómago ¿imagínate que te vuelve a pasar?
-Estoy bien, Bianca, gracias de todos modos.
-Además, si le pasase algo ya estaría ahí Alex
para rescatarla, eh. –Lorens me dio un codazo en las costillas a modo de sorna
y caray si tenía fuerza esta chica, pero aun así todos nos echamos a reír.
-Bueno Lorens, háblanos un poco de ti ¿tú
también eres nueva?, mi hermano no me ha hablado de ti y es profesor de música
en Vertoba desde hace algunos años.
-Vaya, Olga, eso me ofende – su cara fingió
una mueca ofensiva, de la que todos nos echamos a reír; había encajado bien con
nosotros- en realidad no, no soy nueva, pero como si lo fuera, y me alegro por
ello, esta panda de matados no me gustan, con sus etiquetas, sus modales…
-Ya te entiendo… eso también me lo comentó Jacob.
-Y vosotros ¿qué hacéis aquí? Este colegio no
es muy conocido.
-Yo estoy aquí por mi hermano. Mi padre murió
hace unos años y mi madre… -su sonrisa pasó a una mueca de dolor- digamos que
no nos tiene mucho aprecio.
-Oh, Olga –la abracé con fuerza, a pesar de
haberme enfadado antes con ella, era mi amiga.
-¿Ya no estás enfadada?
-No. –Le sonreí con ternura, sabía lo que era
que alguien te abandonase- Yo no quería venir aquí, en realidad. Hace unas
semanas la poli nos pilló a un amigo y a mí -¡Max! No me había vuelto a acordar
de él y me dije que le escribiría al empezar las clases. Le echaba de menos y
mucho, más tarde buscaría alguna sala con ordenadores y le enviaría un correo-
con un porro en un parque y nos llevaron a comisaría. Al día siguiente mi padre
me dijo que nos veníamos.
-No me lo puedo creer –Peter me miró perplejo,
como si llevara tiempo sin verme o le hubiera sorprendido algo- Daniela
Holmson, tú, la chica “tímida” – hizo un gesto de comillas con los dedos,
recalcando las comillas- ¿en chirona?
Todos los de la mesa nos echamos a reír por la
expresión de Peter y además, creo que también por lo que había dicho, les había
sorprendido, aunque he de decir que a mí en su lugar también me habría
sorprendido.
-Soy traviesa de vez en cuando.
-Uuuh grrrr –Bianca hizo un gesto con las
manos, como si fuera un felino sacando las uñas- traviesa eh.
-Oh Bianca por favor. En cierto modo, tenía
gracia- ¿y tú? ¿Por qué estás aquí?
-Por lo mismo que tú.
-¿También te pillaron fumando, en un parque y
con tu mejor amigo? ¡Qué coincidencia!
-No, en realidad un día me levanté y mis
padres me dijeron que nos mudábamos a Londres y que yo vendría aquí. Este sitio
no me gusta, me da mala espina.
-Me toca. – era el turno de Peter, quien muy
entusiasmado se prestó a contarnos su motivo-
Adivinad por qué estoy aquí.
-Te pillaron masturbándote y tus estirados
padres no pudieron soportarlo –dijo Lorens entre carcajadas.
-No.
-Um… veamos; ¿motivos de drogas, tal vez?
–preguntó Bianca.
-Frío.
-Yo iba a decir lo mismo que Lorens pero,
puestos a que no –Olga se echó a reír con risa contagiosa- voto porque te
juntabas con malas influencias.
-Menos aún. Te toca Daniel. –su dedo índice se
dirigió hacia mi cara, casi rozándome el ojo derecho, pero no los cerré, me
mantuve firme.
-Venga Peter, dilo, no seas pesado- dije,
restándole importancia al asunto.
-En realidad me lo recomendaron. Me dijeron
que era un buen sitio y tenía buenas instalaciones, además de que aquí ocurrían
cosas extrañas –su voz imitó la de un fantasma y nos señaló moviendo los dedos,
como si estuviera tocando el piano.
-¿Enserio, eso es? –Lorens retiró su silla
para incorporarse- Pff era más graciosa mi teoría y ya te digo que aquí lo
máximo que pasa es el baile, que por cierto es dentro de unas semanas. Chicos,
yo me voy, quiero terminar de leerme un libro, os veo luego en la sala común o
si no, mañana en clase.
-Es verdad, el baile. Mi hermano me habló de
él. Dice que todo el instituto es engalanado y la gente va vestida de etiqueta
y trajes caros.
-Pues mira tú que bien. – Me llevé las manos
al estómago, ese estúpido dolor de barriga estaba comenzando a rondarme de
nuevo, por lo que decidí irme yo también, pero a mi habitación- Disculparme
pero tengo que irme, no me encuentro muy bien, nos vemos mañana.
-¿Estás bien? –Bianca me miró con ojos
preocupados.
-Sí, tranquila, nos vemos mañana.
El comedor estaba prácticamente vació cuando
lo abandoné, solo quedaban mis amigos y un par de grupos más, por lo que no
tuve problemas de empujones y pisotones a la hora de salir, algo que agradecí
mucho, no estaba de muy buen humor y si alguien se atrevía a hacerme algo, no respondía
a mis actos.
Estaba subiendo las escaleras que llevaban a
los dormitorios cuando noté que alguien me apartaba el pelo de la oreja derecha
y el aire que se escapada de su boca cuando me susurró. Me quedé quiera en la
mitad del escalón.
-De nada por salvarte la vida.
Al principio no sabía quién era, pero luego
recordé que mi padre me dijo, antes cuando desperté tras el accidente en el
bosque, que fue Alex quien me había traído de vuelta. Giré sobre mis pies, con
cuidado de no resbalarme, para poder estar cara a cara con él, pero no había
caído en la cuenta de que estaba muy junto a mí y que el espacio entre nosotros
era mínimo. No había sido buena idea.
-Gracias.
-¿Solo gracias? ¿Eso es todo?
-¿Qué te esperabas? ¿Un: gracias Alex Welst
por haberme salvado la vida, eres mi héroe y te estaré eternamente agradecida.
Quizás?
Reconozco que no controlé el sarcasmo de mi voz y de que a una persona que no conoces de nada, te ve
inconsciente y te pone a salvo, no se le habla así, pero este chico me ponía
muy nerviosa y no controlaba mis impulsos.
-Dicho así, no. Me esperaba algo más como un:
gracias Alex Welst por haber estado espiándome en el bosque mientras tocaba la
guitarra, escondida para que nadie me pudiese oír y haber salvado mi preciosa
cabellera. Algo así.
Vale, he de reconocer que eso no me lo
esperaba y él se dio cuenta, de que me había cogido con la guardia baja, por
cómo mis ojos en ese momento se llenaron
de odio, pero mis músculos de la cara no pudieron evitar tensarse y hacerme sonreír,
cuya sonrisa se intensificó cuando salió a la luz un gesto suyo, su sonrisa
torcida.
-No te esperabas eso ¿verdad?
-No, he de reconocerlo. –No pude evitarlo y
volví a sonreír, en el fondo Lorens tenía razón, parecía un tipo majo- Gracias
Alex Welst.
-No hay de qué, Daniela Holmson, –asintió con
la cabeza, aún con su magnífica sonrisa al descubierto mientras se pasó una
mano por el pelo- ha sido todo un placer llevarla entre mis brazos, pero
procure no darle esos sustos a su padre tan a menudo.
-Lo intentaré. –De pronto me surgió una duda
¿qué demonios hacía él en el bosque a solas para haberme encontrado?- De todos
modos ¿qué hacías en el bosque tu solo?
-Podría preguntar lo mismo.
-Cierto. Bueno, será mejor que me vaya.
Giré en redondo, sin acordarme de que estaba
en el borde del escalón y tenía que tener cuidado al moverme, si no quería
caerme, pero no lo tuve encuentra. El pie resbaló hacia atrás, y por mucho esfuerzo que hice por no caerme, mi cuerpo cedió y se echó hacia
atrás, pero no llegué a tocar el suelo, ni siquiera rozarlo. Alex se adelantó y
me cogió entre sus brazos, evitando que, yo, le hiciera una visita al suelo de
piedra.
-Vaya, dos veces en un día. Es tu día de
suerte, Daniela Holmson.
Sentí un calor enorme recorrerme todo el
cuerpo y acabar en mis mejillas, que se tornaron rojas como dos tomates. Agaché
rápidamente la cabeza al separarme de él y subí corriendo las escaleras sin
agradecerle tan siquiera el que hubiese evitado mi caída. Estaba bastante
avergonzada.
CAPÍTULO 13.
El despertador no estaba de humor y lo pagó
conmigo. Sonó tarde, bueno, que digo, ni sonó si quiera. De un salto, najé de
la cama, me puse el uniforme y cogí la cartera tal y como a dejé el día
anterior, sin preocuparme si llevaba los libros correspondientes a las
asignaturas del día, pero lo peor de todo es que aun así, con la prisa que me
di, para no llegar tarde, cuando llegué a la primera clase, ya estaba la puerta
cerrada. Llamé con cautela, intentando
disminuir mi respiración y mi pulso o se darían cuenta de mi nerviosismo, pero
nadie contestó a si es que abrí la puerta sigilosamente. Genial, se me había
olvidado que a primera hora lo que tenía era biología y por lo que había
escuchado del profesor Martín, no es que fuera conveniente llegar a su clase,
ya empezada. Entré despacio en el aula y todos los alumnos me miraron
sorprendidos, como diciéndome con la mirada que lo mejor hubiera sido no haber
entrado.
-Señorita Holmson –el profesor, bajo y
rechoncho, con el pelo cano por la edad y la coronilla al aire, se dirigió
hacia mí, bajándose las gafas hasta la punta de la nariz- que alegría que al
final ha venido a la clase. Gracias por concedernos este honor.
-Lo siento… no fue mi intención… el
despertador, yo…
-¿Usted no ha oído hablar de mi verdad? –aquí
venía la bronca- Chicos, ¿podéis hacerme el favor de decirle a vuestra
compañera que no me gusta que la gente llegue tarde a mis clases?
El profesor se dirigió a los demás estudiantes
pero ninguno se atrevió a contestar. Dirigí la vista hacia los demás y pude
distinguir a Lorens y Olga, sentadas las dos juntas en la segunda fila, con
cara de asombro y pánico a la vez. Ellas también sabían que no me iba a librar
de un castigo.
-Bueno, visto que nadie responde, le
responderé yo: ¡La próxima vez que vuelva a llegar usted tarde –me gritó,
subiéndose las gafas con su dedo índice- puede ahorrarse el venir a clase!
-Lo…
-¡Ahórrese las excusas, señorita! Por esta
vez, se librará por ser la primera clase, pero procure que no haya una próxima
o esa vez nadie le quitará el castigo.
Ahora siéntese.
Sólo había dos sillas libres y una estaba muy
alejada de la pizarra y no vería bien, por lo que me senté a la mitad del aula,
con un chico al que no conocía de nada. Por suerte a mi lado estaban Lorens y
Olga.
La clase no fue otra cosa del otro mundo, como
todas las primeras clases. El señor Martín se presentó y nos dijo que era
español, de una ciudad de Cataluña y que –por si no había quedado claro antes-
lo mismo que él era puntual, los alumnos teníamos el deber de llegar a la hora
a sus clases, por lo contrario seríamos castigados severamente.
-Eres una tardona señorita Holmson
La
clase había finalizado y ahora Olga y yo íbamos camino de la clase de música y
cómo no, hoy el tema del día sería burlarse de mi por llegar tarde.
-No he sido yo, ha sido culpa del despertador.
-Ya claro, típica excusa –puso los ojos en
blanco- de todo principiante que se tercie.
-No es una excusa, va enserio, ni siquiera me
ha dado tiempo a ducharme ni a desayunar, y tengo hambre.
-Ya, lo cierto es que hueles a mofeta muerta
–se tapó la nariz para darle realismo a su gracia, pero yo no se la encontraba-.
-No tiene gracia.
-Mi bella Daniel –Pierre, que iba a la misma
clase que nosotras, me agarró de la cintura y me atrajo hacia él, quedando muy
cerca el uno del otro- me enteré de tu accidente en el bosque y me preocupé
mucho. Te estuve buscando ayer y no te encontré. ¿Estás bien?
El sonido de su voz y ese acento que me volvía
loca eran tan tranquilizadores y él tan encantador, que por un momento me quedé
sin respuesta, no sabía si decir que no
pasaba nada y que estaba bien o que me encontraba mareada por la adrenalina que
acaba de recorrerme el cuerpo.
-Estoy bien –me decanté por la primera opción,
la segunda era un poco directa y yo no era de esas chicas- gracias por
preguntar.
-Marcus me lo dijo. –Me atrajo más hacia él,
para poder acercarse y susurrarme al oído- Me alegro de que estés bien, mi
bella, no sé qué habría hecho si te hubiera pasado algo.
-¡Ajam! – Olga carraspeó para llamar nuestra
atención, algo a lo que le estuve agradecida, de lo contrario no habría vuelto
a acordarme de respirar.- Chicos, si queréis daros el lote, por mí, bien, pero
tenemos clase y vamos a llegar tarde como no entremos, además quien da la clase
es mi hermano, y no me apetece.
La magia se acabó cuando ambos nos separamos
al recordar que era cierto, teníamos clase y yo ya había cumplido por hoy mi
cupo de broncas, no quería que me llamasen más la atención. Pierre se nos
adelantó y nos abrió la puerta a las dos, para darnos paso.
-Las damas primero, señoritas –dijo, haciendo
una reverencia.
-Gracias, caballero –rió Olga con sorna.
La clase estaba casi llena cuando entramos y
nos tocaron los peores asientos, atrás del todo, donde apenas se distinguían
los pentagramas de las pizarras.
-Oh vaya –Olga separó la silla de su pupitre
para poder sentarse- no me jodas, nos ha tocado de compañera Sharon y sus
secuaces.
-¿Dónde?
-Allí, en primera fila –me indicó sus lugares
con un gesto de la cabeza mientras yo me sentaba en mi silla y sacaba los
bolígrafos- ¿ves?
-Oh, sí, las veo.
No había tenido la suerte de no coincidir con
ellas en ninguna clase, algo que yo deseaba con mucha fuerza. Sabía que no eran
de trigo limpio y que nos acabarían metiendo en líos.
-Aunque si miras el lado positivo- prosiguió
mi amiga señalándome uno de los pupitres a nuestra derecha- tienes a tu chico
en clase.
Miré hacia al lugar que me indicaba y a quien
vi fue a Alex, distraído mirando por la ventana mientras hablaba con una chica,
cuyo nombre no sabía.
-¿Quién? ¿Alex?
-¿Alex? ¿Qué Alex? Te estoy hablando de
Pierre, idiota.
-Ah, él.
-Sí, él. Está allí hablando con Sharon, y no
mires, que está mirando hacia aquí. Le gustas y se le nota mucho.
-Vale ya Olga.
Estaba ya un poco cansada de sus jueguecitos.
Pierre no es que fuera el tipo de chico que
se fijaría en mí; alto, guapo y simpático, y ese acento suyo... No pude evitar
suspirar.
-Vale, yo paro, pero ese suspiro me dice algo.
-Sí –le pegué un codazo, riendo- que te calles
ya, que me tienes loca la cabeza.
-¿Quién, yo o él? –se echó a reír.
-Tú, idiota, tú.
-Buenos días alumnos. –Jacob entró por la
puerta, cerrándola de un portazo una vez dentro- Me presento: soy Jacob,
vuestro profesor de música. Algunos ya me conocéis, como Brandon –le saludó con
una mano- y para otros, soy nuevo. Muy bien –dijo frotándose las manos- ¿quién
se presta a salir y tocarnos algo?
Se produjo un silencio en la clase, al parecer
nadie quería salir a tocar un instrumento el primero y entre una de esas
personas, estaba yo.
-¿Nadie?
-Daniel sabe tocar la guitarra.
¿Quién había dicho eso? Levanté la cabeza,
deprisa, al escuchar mi nombre y vi que todos me estaban mirando.
-¿Qué pasa? –le susurré a Olga.
-Mi hermano ha pedido un voluntario para salir
a tocar algo y Alex ha dicho que tú tocas la guitarra, a si es que compañera,
te toca salir.
¡¿Qué?! No podía salir a tocar delante de toda
esta gente, me iba a paralizar y quedaría en ridículo. Dirigí una mirada
furtiva a Alex, quien se echó a reír cuando vio mi cara roja y mi mirada de
odio.
-Muy bien señorita Daniela –Jacob levantó una
guitarra acústica para ofrecérmela- ¿quiere usted salir?
-Yo… yo… esto…
No sabía que contestar, no podía hacerlo.
-Yo sé tocar el bajo –vaya, no me había dado
cuenta de que Peter también estaba en esta clase y de que en ese momento estaba
siendo mi salvación- puedo salir, si a Daniel no le importa claro.
-¿Qué? No, no, sal tú. No me importa.
-¿Por qué no sales? –la voz de Olga sonó tan bajo que apenas pude oírla bien.
-No puedo tocar delante de la gente. Tengo
pánico escénico.
-Entiendo. Pues que sepas que Alex se está...
¿cómo decirlo? ¿Descojonando, orinándose, riéndose? Bueno, que le has servido
como gracia del día.
-Lorens tiene razón –volví a mirarle con cara
de odio y ojos chispeantes- es un gilipollas.
-Yo esperaba poder oírte tocar.
-Vete a la mierda Alex, ¿quieres?
Era prácticamente la hora de la comida por lo
que una vez que llevé los libros a mi habitación, me dirigí al comedor, cuando
por el camino me topé con Alex y sus gracias, y la verdad, era con la última
persona en la Tierra con quien me apetecía hablar ahora mismo, a si es que le
ignoré cuando pasé por su lado, pero el a mí no.
-No era mi intención ofenderte, solo quería
volver a oírte tocar.
Frené en seco antes de llegar a la puerta del
comedor, haciendo que él, que iba detrás de mí, se chocase conmigo al parar.
-Mira, has elegido un mal día para reírte de mí
¿sí? –Mi voz sonaba enfadada y a la vez confusa. Él me había enfadado de verdad,
no me conocía de nada para tratarme así- A si es que si no es mucho pedir,
lárgate y déjame en paz.
-Sí su majestad. Como usted ordene.
Para rematarlo, se burló de mí haciendo una reverencia. Estaba a punto de pegarle un
guantazo en la cara cuando me dio un
beso en la mejilla, antes de irse. Me quedé de planta parada en la puerta del
comedor, con la mano en la zona donde él me había besado, atónita. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? ¿Un
segundo antes se estaba riendo de mí, provocándome, y después, se va y me da un
beso?
-Daniel, ¿estás bien?
Lorens, Bianca y Olga estaban delante de mí,
haciéndome señas con las manos, para traerme de vuelta, pero mi mente no
respondió, hasta que Bianca me zarandeó con fuerza.
-¡Bianca llamando a Daniel! ¿Hay alguien?
-Eh, ¿qué? Esto… Sí ¿qué pasa?
-Eso queríamos saber nosotras –contestó- ¿Qué
ha pasado?
-No, nada ¿por?
Las tres chicas me miraron con cara de pocos
amigos, dándome a entender de que mi mentira era poco fiable y que o empezaba a
ser mejor actriz o me iría muy mal en este tipo de situaciones.
-Sí, ya, nada –dijo Lorens haciendo comillas
con los dedos- En fin, entremos a comer, me muero de hambre.
Entramos en el comedor y nos dirigimos a
nuestra mesa habitual, de los últimos tres días, para sentarnos a comer.
-¡Ah! Casi se me olvida –Lorens se llevó la
mano a la frente- Este sábado, es la “fiesta” de inicio de curso.
-¿De qué trata? –preguntó Bianca robándome las
palabras de la boca.
-Pues todos los alumnos o al menos los que
consiguen escapar, se reúnen en una fogata al otro lado, junto al lago. Algunos
valientes se bañan, otros simplemente se reúnen en sus hogueras. Iremos
¿verdad?
-Suena bien.
-Sí ¿verdad? Daniel, ¿tú qué opinas?
Sabía que alguien me había hablado, pero no
quien, yo seguía metida en mis pensamientos esperando a que me trajeran el menú
del día para comer e irme a buscar un ordenador y escribirle a Max.
-Daniel –Olga me pegó un codazo en las
costillas- ¿qué opinas de lo que ha dicho Lorens?
-¿El qué? ¿La fiesta? Por mí, vale, además, el
sábado es mi cumpleaños.
-¿Tú cumpleaños? – preguntaron las tres a la
vez.
-Sí ¿no os lo dije?
Uno de los camareros nos sirvió un humeante
plato de puré de patatas con salchichas de pollo para acompañarlo y olía de
maravilla.
-Se me pasaría –unté un trozo de salchicha en
el puré y me lo llevé a la boca- Pues eso, es mi cumpleaños, cumplo diecisiete,
pero hace mucho que no lo celebro, nunca me ha gustado, y menos aquí
-Pues este año lo celebraras - dijo Lorens con
la boca llena de pan.
-Por supuesto que sí, señorita.
-¡Qué asquerosidad!
Cogí una servilleta de papel y escupí la
porción de carne que había comido, a pesar de la pinta tan exquisita que tenía
la comida, sabía a rayos.
-¿Qué pasa? – Bianca me miró con cara de
preocupación- Sí tiene una pinta buenísima.
-Ya, pero esto sabe amargo. No sé quién
cocinará aquí pero desde luego no tenemos los mismos gustos.
-Daniel, ¿desde cuándo no comes nada? –Olga ya
había acabado su plato, esta chica comía como por siete personas.
Ahora que lo decía, desde el día de la
presentación no había vuelto a probar bocado, excepto las tazas de té que me
llevaba mi padre y la chocolatina que comí el día anterior para desayunar.
-Pues… no lo sé, creo que desde ayer por la
mañana. Desayuné una chocolatina.
-Cómete eso anda –me indicó el plato con la
mano- Está bueno y tú podrían enfermar de no comer.
-No tengo hambre Olga y sabe mal.
-Ya…
-Es cierto Olga –al parecer Bianca estaba de
mi parte- la comida aquí sabe rara, aunque he de admitir que tienes razón.
Daniel, deberías de tomar algo. A mí tampoco me gusta pero por ello no dejo de
comer. Deberías hablarlo con tu padre.
-Bah, tonterías. –Retiré mi silla y me levanté
ofuscada- Lorens ¿sabes si hay alguna sala con ordenadores donde poder enviar
un e-mail?
-¿No has entrado en la sala común todavía
verdad?
-No ¿por?
-Porque allí hay una puertecita con un cartel
donde pone: “sala de ordenadores”.
-Vale, gracias, pues iré allí. Nos vemos.
Me fui antes de que pudieran contestarme, solo
pensaba en qué contarle a Max y cómo se encontraría. Le echaba mucho de menos.
Siempre habíamos estado juntos y llevaba prácticamente un mes alejada de él y
quién sabía cuándo nos volveríamos a ver.
La sala común estaba totalmente vacía, ni siquiera se escuchaba el ruido de una mosca
revoloteando, por lo que encontrar la puerta resultó fácil, sin gente andando
de un lado a otro dando voces.
Entré en la habitación que Lorens me dijo y no
era nada del otro mundo: los ordenadores eran antiguos, cajetines cuadrados
casi despedazados; las paredes, eran como las del resto del instituto, aunque
había una pequeña diferencia, estas tenían un conjunto de compartimentos con
teléfonos enganchados. Pensé en llamarle, pero deseché la idea cuando comprobé
que no daban señal. Encendí uno de los ordenadores, el cual, tardó casi cerca
de media hora en terminar de cargar, incluso llegué a pensar que tampoco
funcionarían. Me los imaginaba más modernos, como el resto de las
instalaciones, pero ya comprobé que no era así, en lo que a la telefonía y computadoras se refiere,
estaban bastante anticuados.
Al principio no sabía que contarle, todo me
parecían cosas sin sentido. Pensé en decirle
lo ocurrido en el bosque, pero ya me había decepcionado bastante cuando se lo
conté a Olga, como para que Max tampoco me creyese. En cierto modo, yo tampoco
me lo habría creído. También me rondó la idea de decirle que había hecho amigos
aquí dentro, sí, yo, la chica que era incapaz de hablar siquiera con su propio
reflejo en el espejo, porque antes de articular palabra, ya estaba medio sin
respiración. Al final me decidí y acabó algo así:
Hola Max:
Ya te dije que te escribiría para
contarte todo lo que me fuera sucediendo y eso haré, no romperé mi palabra.
En primer lugar, tengo el deber de
decirte que te echo muchísimo de menos; nuestras conversaciones, nuestras
tonterías, los momentos juntos…
También he de decirte que a pesar de
todo, esto no está tan mal, ya he hecho amigos: Lorens, Olga, Bianca y Peter,
son muy simpáticos y me están ayudando bastante desde que llegué aquí, seguro
que te caerían bien. Bueno, también tengo alguna que otra enemiga, una chica
llamada Sharon; a penas la conozco pero se ve que no le he caído muy bien.
De momento eso es todo, por ahora,
pero como ya te he dicho, te iré contando todo lo que me pase a medida que vaya
pasando el tiempo aquí.
Y tú ¿qué tal?
Te quiere: Daniel.
-¿Papá?
Cuando acabé de escribirle el e-mail a Max,
pensé en que las chicas tenían razón y sería bueno hablar con mi padre para
contarle lo que me estaba pasando, la pérdida del apetito por lo mal que me
sabía la comida, a si es que fui a apartamento a verle, pero no había nadie.
-¿Dónde estará este hombre?
Como no tenía nada que hacer, fui a mi
habitación a coger uno de los libros que dejé allí, para momentos como este, y
me tumbé en el sofá arropada con una gruesa manta, mientras le esperaba.
No era mi tarde, serían las cuatro o cinco de
la tarde, pero el calor que me proporcionaba la manta y lo a gusto que estaba
en el sofá, fueron dos factores fundamentales para hacer que mi cansancio
aumentara con el paso de los minutos. Los párpados se cerraban con fuerza, y el
libro que estaba leyendo, cada dos por tres tenía que buscar la última página
que había leído una y otra vez, porque se me caía al suelo. Al final terminé
por ceder al sueño y me quedé dormida, en los últimos días, me encontraba
cansada constantemente.
-Si le
cuentas esto a alguien…
-No
se lo contaré a nadie, lo prometo.
Todo
estaba invadido por una densa oscuridad, que me impedía ver y por tanto, saber,
dónde me encontraba y la humedad del lugar, atravesaba mi cuerpo, como puntas
de flechas, calándome los huesos y provocándome pequeños espasmos musculares y
tal castañeteo de dientes que parecían dos cáscaras de nuez chocando.
-Daniel,
date prisa, –alguien me cogió del brazo y tiró de mí, adentrándonos más en la
oscuridad- vamos a tener que correr, sino nos cazarán.
-Pero
no puedo, no tengo fuerzas y me duele mucho.
En
ese momento sentí una punzada de dolor en el muslo y al llevare la mano a la
zona dolorida, sentí algo húmedo y
caliente. Podía olerlo, era sangre, ¡me estaba desangrando!
-Me
duele. Me duele mucho. No voy a poder correr.
Sonaron
unos gritos detrás de nosotros, junto con los ladridos de unos perros que corrían a
nuestro encuentro. La otra persona que se encontraba conmigo, me cogió en
brazos. No sabía quién era, pero era fuerte y al parecer, por su voz y musculatura, era un
chico.
Echó
a correr a tal velocidad, que el viento me empujaba contra su cálido pecho,
obligándome a ocultar la cara en él para no dañarme la piel.
-Daniel,
pase lo que pase, sabes que te quiero ¿verdad?
-Sí
lo sé. –Respondí con la voz ahogada- Yo también te quiero.
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