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CAPÍTULOS 5-9.

CAPÍTULO 5.

Me detuve un momento a tomar aire, mis pulmones estaban a punto de reventar y mis piernas no paraban de temblar. Seguí corriendo, pero no sabía a donde y de pronto vi una figura oscura a pocos centímetros de mi, y sin darme tiempo a parar, nos chocamos con tanta fuerza que caímos al suelo.
-¡Ay! -Exclamó la otra persona. -¿Estás bien?
¿Me llevé las manos a la cabeza, me dolía ahí donde nuestras cabezas habían chocado.
-Sí.
Me incorporé con torpeza, mis piernas estaban bastante cansadas después de todo lo recorrido. Me fijé bien y vi que era una chica menuda, no más alta que yo, de pelo rojo intenso cortado con puntas desigual justo por debajo de las orejas. Iba vestida con lo que parecía el uniforme del instituto: falda plisada negra, jersey gris y una camisa blanca debajo del jersey.
-Perdona, mi intención no era asustarte -me disculpó mientras se levantaba, con bastante agilidad, de la hierva mojada- estaba dando un paseo por el bosque, soy nueva aquí y quería inspeccionar esto y te vi a ti también por aquí y pensé que a lo mejor te habías perdido o algo. -Me tendió la mano- Soy Olga.
-Oh, esto, vaya... -no sabía que decir, yo había quedado como una tonta. ¿cómo había podido pensar que se trataba de un psicópata? Le agarré la mano que ella me había tendido.- Yo soy Daniela, pero puedes llamarme Daniel, es más, prefiero que me llames Daniel. Si bueno, no importa, la verdad es que sí me asustaste, pero el susto ya pasó. Yo también soy nueva aquí - le comenté mientras me limpiaba la tierra de los tejanos- y por lo que se ve tuvimos la misma idea a la hora de inspeccionar el bosque.
Nos echamos las dos a reír  Parecía una buena persona y a pesar del susto que me había dado, creía que era posible que nos llevásemos bien.
-¿Nueva dices? ¿De donde eres?
-Soy de un pueblo de Los Ángeles, mi padre será el profesor de historia.
-¿Enserio?- se echó a reír- Vaya, que suerte, me podrás dar las tácticas para los exámenes de tu padre, yo a cambio te daré las de mi hermano. Es el profesor de música ¿sabes? Se llama Jacob.
-No creo, lo cierto es que nunca me ha dado clase mi padre, esta será la primera vez y créeme  espero que haya algún otro profesor, no me gustaría que me diera mi padre. -sonreí- ¿Jacob es tu hermano? Sé quien es, nos vino a buscar a mi padre y a mi a la plaza del pueblo.
-Oh, a si es que eres tu la famosa Daniela Holmson.
-¿Has oído hablar de mi? -Abrí los ojos de par en par, ¿cómo es posible? pero si yo nunca había oído hablar de ese centro- Oye, se está haciendo tarde, ¿por qué no volvemos?
Nos pusimos a caminar de vuelta por el camino que habíamos corrido cuando pensábamos que una era el asesino y la otra la chica perdida.
-Claro que he oído hablar de ti, bueno, a mi hermano, no ha parado de hablar de tu padre y de ti desde que se enteró que veníais. Eran muy buenos amigos.
-Es cierto, algo me comentó mi padre cuando veníamos para acá.
-Sabes, he oído que este colegio es un poco raro y que pasan cosas extrañas.
-¿A sí? Pues espero que no sean muy extrañas, soy una miedosa de mucho cuidado y bastante tímida.
-¿Tímida? -sonrío con una sonrisa leve-  Ahora mismo estás hablando conmigo y no nos conocemos de nada.
-Si, bueno.. -La gente se pensaba que ser una persona tímida era divertido y siempre se reían porque piensan que es algo bueno, pero en realidad las que lo somos no lo pasamos nada bien. El no poder hablar con los demás es algo que nos divierte mucho. -Creo que ha sido el golpe.
Las dos nos echamos a reír a carcajadas mientras salíamos del oscuro bosque. Fuera no había mucha diferencia, estaba todo oscuro y el Sol ya no estaba. En este sitio anochecía muy pronto, ¡solo era las séis y media de la tarde!
-Ha sido un placer conocerte Daniel -me sonrió- pero me tengo que ir a mi apartamento, estoy terminando de guardar las cosas, esto es solo hasta que empiecen las clases. Nos vemos.
-Lo mismo digo Olga.
Mientras ella se alejaba, yo me quedé mirando y procesando lo que había pasado, ese bosque me daba miedo.


-¿Dónde te has metido nena? -me miró mi padre desde la puerta de la cocina y su rostro cambio de serenidad a sorpresa- ¿Qué te ha pasado?
Me miré en el espejo de al lado de la puerta y comprendí la cara de mi padre. Tenía el pelo lleno de nudos, los pantalones embarrados y en la camiseta me había hecho un pequeño agujero.
-Había salido a dar una vuelta por el bosque -le expliqué mientras me sentaba a la mesa, la cena ya estaba colocada encima y olía que alimenta- y una chica echó a correr detrás de mi, es bastante rápida y yo me asusté. El caso es que chocamos y acabamos las dos tiradas en el suelo. Se llama Olga, es la hermana de Jacob.
-¡Ah, Olga! -mi padre se sentó en frente y sirvió la cena- Que chica esta siempre ha sido un trasto.
-¿La conoces?
-Claro, aunque la última vez que la vi tendría unos tres años, no creo que ella se acuerde de mi.
Ahí acabó la conversación. Cenamos en silencio saboreando la pasta con sabor a quemada que había preparado mi padre, la cocina no se le daba muy bien que digamos. Cuando acabamos se puso en pié y se dirigió a su habitación y cuando salió volvía a tener en las manos esa botella con el líquido rojo, ahora bebía eso constantemente y tenía pinta de gustarle, porque sus ojos se iluminaban y las mejillas se le sonrojaba cada vez que lo tomaba.
-¿Qué es eso papá?
-¿El qué? ¿Esto? -levantó la botella con cara dubitativa- Ah, es una bebida energética que me mandó el médico.
-Ah.
Recogimos los platos en silencio mientras que de fondo se escuchaban a los Guns´n Roses en el tocadiscos antiguo de mi padre, nunca se separaba de el. con respecto a los gustos musicales, había salido a él, no me gustaban mucho los grupos pop de ahora, prefería el jazz, el rock, etc, bueno, era algo que se podía ver a simple vista en lo referente a mi ropa. Solía ir de colores oscuros y con mis botas militares.
-Nena, tenemos que ir a ver a la directora.
Mi padre y su estúpida costumbre de llamarme nena. Continuamente le decía que no me gustaba que me dijera así, que ya no era una niña.
-Me cepillo los dientes y voy, si quieres adelántate tu.
-De acuerdo, no tardes, te esperaré en la entrada.
-Vale papa -grité desde el cuarto de baño.- No tardo.
Abrí el grifo para mojar el cepillo de dientes cuando escuché el sonido de la puerta de entrada al cerrarse, por fin sola. Quería tener un momento para mi sola, de intimidad. Me lavé los dientes y me atusé un poco a melena, tenía el aspecto de no haberme peinado nunca. Pensé en cambiarme de ropa para ir a ver a la directora, pero deseché la idea, aunque era temprano, estaba cansada y quería irme cuanto antes a la cama, a si es que cuanto antes hablara con ella, antes acabaría este día.


Salí del apartamento y cerré la puerta con llave. Me estremecí por el frío que hacía, era increíble que hiciera tanto frío, sabía que estábamos entre montañas, pero aún estábamos a finales de verano y estaba acostumbrada al calor que hacía en mi pueblo, lo echaba de menos y a Max también, ¿qué estaría haciendo?
Seguí el camino por que nos había conducido antes la directora para llevarnos a los apartamentos, pero ahora no era igual, estaba todo oscuro y a penas se veía nada, pero estaba segura que era por ahí, sí.
¿Qué había sido eso? Escuché un ruido a mi espalda, no muy lejos de mi.
-No, otra vez no. -Dije en un susurro- Hoy ya he alcanzado el tope de adrenalina, no me queda más en el cuerpo.
Volvió a sonar y esta vez más cerca, era como el gruñido de un perro o un lobo, me quedé inmóvil  ni  un solo músculo de mi cuerpo se movía. Mi cabeza de debatía entre si darme la vuelta y comprobar que no había nada y todo era fruto de mi imaginación o de echar a correr como una desesperada hasta alcanzar a mi padre en la entrada. Opte por mezclar ambas cosas. Me di la vuelta lentamente, para comprobar  que no había nada, y que estaba en lo cierto. Solté todo el aire que había contenido en los pulmones hasta ese momento -No puedo estar asustándome cada dos por tres- y retomé mi camino hacia el instituto, pero esta vez lo hice corriendo.



CAPITULO 6.

Resultó que el camino era más largo de lo que pensaba y que para cuando llegué a la puerta de entrada yo estaba sin aliento y envuelta en sudor y mi padre no se encontraba allí.
-¿Pero donde estará este hombre? -miré a los lados. Quizás quería darme un susto.- ¿Papa?
Le llamé un par de veces, pero allí no contestaba nadie, no obstante decidí llamarlo una última vez.
-¿Papa? No tiene gracia, si estás por ahí, sal. La directora nos tiene que estar esperando y no tiene pinta de que le guste esperar.
-No soy tu padre, pero supongo que no sabes donde está el despacho. Puedo acompañarte.
Me di la vuelta sobresaltada y jadeante y lo que encontré fue a un chico moreno y despeinado, alto y musculoso, de anchas espaldas vestido con un jersey negro que le marcaban a la perfección sus músculos y unos vaqueros claros y ceñidos. Se acercó a mi con paso firme y mi reacción fue echarme atrás, tropezando y calléndome al suelo.
-Lo siento por asustarte, no era mi intención de verdad. -Me tendió una mano fuerte y de un tono más oscuro y brillante que mi piel.- Me llamo Pierre.
Advertí un ligero acento francés en su voz pontente, pero a la vez dulce y suabe. Lo miré de ito en ito a esos ojos verde oliva y acabé por aceptar su mano.
-Ho... hola, yo, esto, yo soy Daniela.
-Bonito nombre, Daniela. Estás perdida ¿no es así?
-Bueno, lo que se dice perdida... no, pero quedé aquí con mi padre, -señalé la puerta a mi espalda con la cabeza gacha intentando no mirarle a los ojos, era realmente guapo- y no esta y bueno, no sé donde se encuentra el despacho de la directora.
-Como he ofrecido antes, puedo enseñarte el camino. -sonrió con una sonrisa de esas que te hacen perderte en ellas y caramba, sus dientes eran perfectos- Y la oferta sigue en pie, por supuesto.
-Si no te importa, me vendría muy bien.
-Vamos pues.
Se adelantó a mi paso  me abrió la puerta de entrada dando paso a una estancia enorme con paredes tapizadas de cuadros antiguos, vidrieras de colores y  columnas de un color dorado y ocre. Miré hacia arriba y advertí una gran cúpula transparente, juraría que era de cristal, con una telaraña de cristal proveniente  de ella, que iluminaba todos y cada unos de los huecos de la estancia, sin dejar ninguno sumido en la oscuridad, había cuatro grandes pasillos situados a cada lado. Dos de ellos tenían una gran puerta de madrea oscura, a contraste con las paredes claras. Otra puerta  más pequeña que las dos anteriores, pero más grande que la cuarta, ambas de un color marrón rojizo y con pomos dorados. El suelo estaba cubierto por grandes alfombras persas de vivos colores. 
-¡Uau! -No puede contener mi asombro- Esto es asombroso.
-Bonito ¿verdad? - Dijo Pierre mientras yo daba una vuelta completa sobre mis pies para poder saborear tanta hermosura.
-No me imaginaba algo así, la verdad.
-¿A no? -Me miró con esos ojos verdes y se echó a reír- ¿Y que te esperabas?
-Bueno -le miré a los ojos y mis mejillas se pusieron rojas y ardientes- algo más parecido a una cárcel  Oscuridad, frío... algo totalmente distinto.
-Anda vamos, es por aquí, sígueme.
Pierre comenzó a andar dirigiéndose hacia una de las puertas situadas a nuestra izquierda al fondo del todo, una de las más grandes. Tuve que correr un poco para poder alcanzarle, sus piernas eran bastante más grandes que las mías y por lo tanto sus zancadas eran mayores.
A la puerta le seguía un amplio y largo pasillo con suelos de madera oscura y paredes blancas. A uno de los lados había ventanas que iban desde el techo hasta el suelo, tapadas ahora por unas puertas de madera para impedir que entrase el frío, mientras que en el otro lado había puertas con unos números en la parte superior.
-Estas son las aulas y el despacho se encuentra en el segundo piso, con los distintos departamentos de cada asignatura. 
Asentí sin contestar, solo podía mirar la grandeza de aquello. Era simple, pero nunca había visto un instituto igual y la verdad es que no se parecía en nada a las celdas en las que pensaba que daría clase.
Al final del pasillo se encontraban unas escaleras de piedra en caracol, cuyos escalones estaban desgastados por la erosión, al igual que la barandilla que seguía la dirección que tomaban los escalones como una serpiente de color negro y frío.
Subimos las escaleras en silencio, él por delante de mi para guiarme mejor.
-Tú debes de ser nueva- dijo de espaldas a mi- ¿no? Daniela. 
-Sí, este es mi primer año aquí y oh por favor, dime Daniel, Daniela no me gusta y suena demasiado serio.
-Esta bien, te llamaré Daniel, pero porque tú me lo pides, Daniela es un nombre muy bello.
La única respuesta que obtuvo fue un sonrojamiento por parte de mis mejillas y di las gracias de que estaba oscuro y que ya habíamos llegado al final de las escaleras. 
El pasillo superior se asemejaba mucho al primer piso, solo había una diferencia, no había ventanas. Seguimos a delante hasta la cuarta puerta situada a la izquierda donde había una placa metálica  en la que ponía: Despacho de la Directora Shophi.
-Bueno, ya hemos llegado.
-Muchas gracias Pierre, por acompañarme -sonreí tontamente- de no haber sido por ti, no habría podido encontrarlo.
No ha sido nada, es más, ha sido un placer -se inclinó sobre mi y me dio un beso en la mejilla, las cuales volvieron a ponerse rojas y cálidas- ha sido un honor salvar a esta damisela en apuros.
Me dio la espalda y se fue por donde habíamos venido sin darme tiempo a contestar,  lo cual le agradezco, porque no tenía respuesta que darle. Mi mano fue a mi mejilla, como un impulso, allí donde Pierre me había besado y mis labios dibujaron una tonta sonrisa.
Decidí que ya había perdido suficiente tiempo entre unas cosas y otras y llamé a la puerta con firmeza y abrí la puerta sin esperar respuesta. Dentro de la sala se encontraban sentados la directora y mi padre, una detrás de un escritorio color caoba y el otro enfrente, en un sillón de cuero negro.
-Hola, esto.. lo siento por tardar tanto, -metí instintivamente las manos en los bolsillos de los pantalones, era una manía que había tenido desde siempre, el tener las manos al aire me sentía desprotegida- no encontraba el camino, un alumno, Pierre me acompañó hasta aquí.
-Oh Pierre, siempre tan servicial. -indicó la directora señalándome el asiento libre al lado del de mi padre- Siéntese señorita Holmson.
Le hice caso y me senté en el cómodo sillón a la vez que me fijaba en la sala. No era ni grande ni pequeña. Era más grande que el despacho de mi instituto anterior, en el cual solía pasar bastante tiempo he de advertir, pero no más grande  que el salón des departamento donde vivía ahora. Las paredes estaban revestidas por altas estanterías repletas de libros antiguos, al juzgar por sus portadas y por lo que parecían expedientes académicos de los alumnos. El suelo, al igual que la entrada, estaba cubierto por una única y enorme alfombra pero esta vez, sus colores eran menos llamativos.
-Lo siento cariño, por no esperarte, la directora me encontró en la puerta de entrada y quiso hablar antes conmigo. -Se disculpó mi padre- Iba a ir a buscarte ahora.
-No pasa nada papa.
-Me gustaría darle la bienvenida a Vetorba y explicarle un poco las normas antes de que comiencen las clases, así puede ir haciéndose a la idea y adaptándose como el resto, de los que serán, sus nuevos compañeros.
Decidí que la charla con la directora duraría un poco a si es que me acomodé un poco más en el sillón. Si tenía que pasar allí más de cinco minutos, quería hacerlo agusto. 
-En primer lugar, como ya le dije antes, solo estará ahora viviendo con su padre en el apartamento hasta que empiecen las clases, que se le trasladará a las respectivas habitaciones como el resto de compañeras. No obstante, podrá comer con su padre los fines de semana y en las vacaciones, si deciden quedarse, podrá volver a instalarse con el. -Me fijé en lo sumamente apretada que le quedaba el cuello de la camisa, tanto que se le clavaba dejandole una fina línea roja en el cuello. También me fijé en lo brillantes que eran sus ojos y lo pálido de su piel. Sus uñas eran largas y afiladas, parecían cuchillas de color lila oscuro y en la cicatriz, brillante y apenas visible, debajo de la manga de la camisa, justo en la parte interior de la muñeca. Tenía forma de media luna.- De lunes a viernes tendrá que llevar obligatoriamente el uniforme, los fines de semanas es opcional. Hay tres modelos del uniforme, los cuales se los proporcionará el centro. Las comidas  serán a las siete de la mañana, una de la tarde y a las siete de la tarde, ni un minuto más ni un minuto menos y si se demora más de la cuenta, probablemente no ese día no comerá  aunque he de advertir que el comedor estará abierto a todas horas, por si entre horas tiene apetito. Se lo comunicará usted a los cocineros y ellos le atenderán. Está terminantemente prohibido el acceso a los cuartos de los varones, al igual que ellos tienen prohibido entrar en los de las chicas. El toque de queda es a las once, si se encuentra fuera del establecimiento más tarde de esa hora, será sancionada con un castigo. Y dicho esto ¿tiene alguna duda?
-No señora -mentí, no le había hecho caso a una sola palabra de las que había dicho, pero no quería que se diera cuenta- no tengo ninguna duda.
-Bien -dijo levantándose de su asiento y dirigiéndose a la puerta- dicho esto, pueden ustedes marcharse, estoy muy ocupada en estos momentos.
Mi padre y yo la imitamos y salimos del despacho.


-Creo que no le caigo muy bien a esa mujer. -le dije a mi padre una vez que estábamos en el apartamento- ¿Has visto como me miraba y como me hablaba?
-No digas tonterías Daniel. -mi padre se echó a reir mientras se metió en su dormitorio- Shophi no es que sea muy alegre, pero no tanto como para que te tenga asco cariño.
-Yo no dije eso, solo, que creo que no le caigo bien.
-Anda, vete a dormir -me dio un beso en la frente lleno de ternura- es tarde y ha sido un día largo, debes de estar cansada.
-Está bien, -me resigné- hasta mañana papá.
-Hasta mañana cielo.
La voz de mi padre se perdió en la soledad del salón mientras yo entraba a mi cuarto y cerraba la puerta. Tenía razón, estaba cansada y lo único que quería en ese momento era dormir. 
Me puse el pijama y me metí en la cama. El sueño no tardó en venir.

CAPÍTULO 7


Lo que menos me apetecía en esos momentos era tener que levantarme de la cama. Hacía mucho frío allí y a pesar de la manta y la colcha no fui capaz de entrar en calor a si es que a pesar de ser temprano, para un domingo, decidí levantarme, era mejor que estar dando vueltas en la cama.  Saqué una sudadera negra de la maleta y me la pasé por la cabeza, era la sudadera más suave y calentita que me había puesto nunca, estaba vieja y andrajosa, pero era mi sudadera favorita, siempre quería que llegara el invierno solo para ponérmela. Me enfundé unos tejanos claros y me puse mis Mark Martin. Me encantaban esas botas, me acuerdo que cuando me las regalaron al cumplir los dieciséis me las puse y no me las quité ese día ni para dormir.

Salí de mi cuarto y un olor a café recién hecho se estampó contra mi cara haciendo que mi boca se inundase de saliva junto con el de pan tostado, parece que mi padre también había decidido madrugar hoy.
-Buenos días papa –le grité mientras me sentaba en una de las sillas.
-Buenos días cielo, ¿qué haces tan temprano levantada?.
-no era capaz de dormir y decidí levantarme –me pasé una mano entre el pelo mientras le sonreía de oreja a oreja- ¿es eso café y tostadas lo que huelo?
Mi padre soltó una carcajada sonora mientras entraba en la cocina y sin responderme, salió de ella con una bandeja con dos tazas rebosantes de café y un plato con tostadas. Ahí tenía mi respuesta.
-Bueno cielo ¿tienes algo pensado para hacer hoy? –se sentó en frente de mi tendiéndome la bandeja para que yo misma me sirviera.
-Pues lo cierto es que no, -cogí dos tostadas y una de las tazas- pensé en dar una vuelta por el centro, inspeccionar y eso.
-Es buena idea.
-Ya –contesté con la boca llena de pan tostado.
-Lo más seguro es que hoy no esté aquí en todo el día, tengo que organizar el despacho y quiero prepararme la clase. Mañana es la presentación, ¿lo sabías?
Sí, por supuesto que lo sabía, estaba aterrorizada, no se me daba bien hacer amigos. Conocía a Pierre y Olga pero ellos ya tendrán amigos aquí, supongo.
-Sí, sí que lo sé.

Cuando abrí la puerta de entrada el frío me sacudió los huesos con tanta fuerza que tuve que arrebujarme aún más en la sudadera. En mi cabeza, me puse a elaborar un plan para el día de hoy, me negaba a quedarme encerrada en ese apartamento y sola. Pensé en ir a buscar a Olga ya que las dos éramos nuevas y seguro que nos vendría bien ver las instalaciones para no perdernos en los próximos días, pero deseché esa idea al pensar que a lo mejor se sentiría incomoda haciendo eso con una desconocida.
Cuando entré en el instituto, la sala principal, la que me había parecido tan sorprendente la noche anterior con sus cuadros, vidrieras y alfombras, me sorprendió aún más, si era posible. La luz del sol penetraba por las ventanas dejando luces de colores en el suelo y le daban un tono calido y acogedor, todo lo acogedor que podría ser la cárcel en la que estaría los próximos meses.
Abrí una de las puertas pequeñas de color rojizo y me dieron a conocer un pasillo estrecho y angosto, poco iluminado, solo por las pequeñas ventanas que había a uno de los lados. El pasillo terminaba en unas escaleras en forma de caracol y supuse que estaba en una de las torres. Subí las escaleras, un poco resbaladizas y desgastadas. En el final de la escalera, había dos puertas a cada lado, una oscura y otra de un tono más claro, en las que en la parte superior se leía: chicas, chicos. Vale, estaba en la zona de dormitorios. Entré por la que ponía chicas y para mi sorpresa lo que había era un amplio pasillo de madera con numerosas puertas a los lados, supuse que una de esas puertas darían a lo que próximamente sería mi nuevo “hogar”. Deshice mi camino y acabé de nuevo en la entrada –pues vaya, ¿esto es todo?- fui hasta el otro extremo y entré por la puerta grande, una que daba a un gran pasillo similar al que pasé la noche anterior con Pierre, pero en este no había pequeñas puertas dispuestas de forma ordenada, solo había dos.
Abrí y entré en la primera, la cual me mostró una enorme sala con mesas colocadas desordenadamente por el espacio. En uno de los lados había una especie de barra, como la de un bar, pero el doble de grande. Me asomé por encima de la barra y vi unos fogones.
-A si es que esto es el comedor –dije en voz alta.
Salí del comedor y entré por la segunda puerta, que me mostró lo que parecía un salón de actos. Al fondo había un escenario, tapado  por cortinas de terciopelo rojo, enfrente de sillas unidas unas a otras, formando unas hileras, similares a serpientes negras. Caminé por el pasillo dejando atrás la puerta y las hileras de sillas a ambos lados y subía al escenario, desde donde comprobé que la sala era mucho más grande de lo que parecía desde la puerta. Siempre había soñado con subirme  a un escenario y poder cantar y tocar mi guitarra enfrente de un publico y que al acabar todos me vitoreasen y aplaudiesen gritando mi nombre, pero sabía que eso nunca pasaría, tenía pánico.
-Vaya, vaya, si es mi “tímida” amiga.
Pegué un respingo por el que casi me caigo del escenario. Miré a la puerta y descubrí que era Olga –menos mal-.
-Hola.- le saludé con un asentimiento de cabeza.
-¿Qué haces aquí?
-Podría preguntar lo mismo. –le sonreí mientras bajaba las escaleras del escenario- Pensé que sería una buena idea ver el instituto antes de que empiecen las clases, no quiero perderme.
-Vaya, parece que por segunda vez, hemos pensado lo mismo, voy a empezar a pensar que tenemos conexiones telepáticas.
-Sí, será eso.
-El otro día, subí a la biblioteca, está en el piso superior ¿sabes? –Me preguntó indicándome el techo con su dedo índice- Y descubrí una puerta cerrada con llave, pensé en que sería una buena idea ver a donde lleva, ¿vienes?
-¿No crees que si está cerrada con llave es porque no tenemos permiso para entrar?
-Por eso quiero saber que esconde. –Me agarró del brazo y tiró de mi- ¡Vamos!

La biblioteca era aún más grande que el salón de actos. Estaba repleta de estanterías divididas en secciones: historia, latín, biología… Pasamos entre todas ellas hasta llegar a la puerta, en la otra punta. Olga se sacó un pasador del pelo, del bolsillo y lo introdujo en la cerradura.
-Como nos pillen estamos muertas –me agaché a su lado para observar mejor- y antes de empezar.
-Oh vaya, no seas miedosa.
Sonó un chasquido al otro lado y la puerta cedió.
-¿Ves? –preguntó complacida- Fácil.
Al otro lado había unas escaleras descendentes  rodeadas de paredes de piedra rocosa, daba a pensar que el propio pasadizo había sido excavado en la propia roca. No había luz y las paredes goteaban por la humedad del lugar.
-¡Uau! –exclamó mi amiga- ¡Qué pasada!
-A mi me da miedo.
-Oh, venga, vamos, la puerta se abrió por casualidad, yo no quería –sonrió encogiéndose de hombros- estaba abierta y al apoyarme cedió.
Las dos nos echamos a reír mientras bajábamos las escaleras, amarrándonos a las paredes para evitar una fuerte caída ya que no se veía nada. Mi corazón empezó a latir con más fuerza y comencé a respirar de forma entrecortada. Cuando entraba en un espacio estrecho, las pareces se me venían encima por lo que aligeré el paso, empujando a Olga con una mano temblorosa.
-Daniel ¿estás bien?
-No –conseguí decir entre los jadeos- no me gustan los espacios estrechos.
-¡Joder! ¿Por qué no lo dijiste antes?
-¡Te dije que no era conveniente que entrásemos!
-Pensé que era por miedo a que nos pillasen.
Mi amiga me agarró de la muñeca y tiró de mí hacia abajo, apresurando el paso mientras un sudor frío me recorría toda la columna y lágrimas descendían por mis mejillas. Al final salimos a una sala más grande y algo iluminada por unas antorchas. Me apoyé en la pared y me dejé caer al suelo.
-¿Estás bien? Daniel, me estás asustando.
-Sí… sí… se me pasará –dije entre jadeos- es solo que… bueno, se me pasará.
-¿Pero qué…
-¿Qué pasa?
Al levantar la cabeza, comprobé que era eso que le había hecho callar. Estábamos en una especie de sótano, con celdas a ambos lados. Las celdas estaban formadas por una pared de  barrotes de hierro oxidado y húmedo incrustados en la misma roca, impidiendo el paso al interior. Conseguí levantarme, apoyándome en la pared con una mano fría y sudada para dirigirme al centro del lugar. No estaba segura de si mis piernas me fallarían o no, pero no lo hicieron.

-Olga, ¿dónde estamos?



CAPÍTULO 8
Dentro de las celdas había unas cadenas enganchadas con argollas a las paredes, que terminaban en unas frías y duras esposas. Por los bordes estaban manchadas de algo oscuro, lo que supuse que sería sangre. Las cadenas estaban dispuestas en filas, dos plateadas, dos de un todo dorado y otras dos de color ocre.
Olga me observaba desde la puerta de una de las celdas en las que me encontraba, estaba pálida y temblaba. Las dos estábamos aterradas y ella no se atrevía a entrar, lo que me sorprendió, porque la valiente de las dos era ella.
-Daniel, no sé qué esto ¿qué pintan unas celdas aquí abajo?
-No lo sé. –Me levanté y salí de ese espacio angosto y sucio, no me gustaba, me transmitía malas vibraciones y una extraña sensación.- Créeme que no lo sé.
-Este colegio es antiguo ¿no? Puede ser que encerrasen aquí a los prisioneros y tenían la puerta cerrada porque…- miró a ambos lados del pasillo, asustada y con temblores más fuertes- Salgamos de aquí, esto no me gusta y además…
Unos pasos venían hacia nosotras, los escuché descender por las escaleras. Las dos nos miramos aterradas.
-Alguien viene –dije aún petrificada, mirando hacia las escaleras- ¿Olga?
Mi amiga estaba acuchillada al lado de una de las celdas, abrazándose las rodillas y yo ahí, sin saber qué hacer.
-Olga, vamos levanta, tenemos que salir de aquí, si alguien nos pilla aquí…
Le agarré por un brazo y la ayudé a incorporarse. Nos dirigimos en la dirección contraria por la que bajamos a aquel sótano, no podíamos volver por las escaleras, a si es que teníamos que buscar otra salida o esperar a que la persona que hubiese bajado se fuera y a mí no me apetecía pasar más tiempo allí abajo, a si es que opté por la primera opción. Andamos durante cinco minutos, aunque a mi se me hizo una eternidad, entre las celdas, cada cual más oscura y fría, hasta que vimos unas rejas al final del pasillo.
-Mira –seguí la dirección de su dedo- allí hay una ventana, podríamos salir por allí.
-Pero tiene barrotes y las dos no cabemos por ahí.
-Con un poco de suerte, estarán sueltos, parecen viejos, venga, apresurémonos.
Olga se deshizo de mí y se adelantó para ver si efectivamente los barrotes estaban sueltos y así era. Por suerte los no encajaba bien y pudimos quitarla.
-Venga vamos, tú primero –le indiqué.
-No, Daniel, pasa tú.
-No me jodas Olga, ahora no es tiempo para discutir, venga, te ayudaré a subir.
Puse mis manos juntas, formando una oquedad para que ella pudiera poner su pie y así impulsarse. Una vez que ella salió, era mi turno. Me agarré con fuerza a la parte baja de la ventana y con un salto me impulsé para salir. La sudadera se me enganchó y se hizo un pequeño roto en la parte baja del bolsillo.
-¡Mierda!
-¿Qué pasa?
-Me he roto la sudadera –agarré el extremo y pasé un dedo por el interior del roto- y es mi favorita.
-Vámonos de aquí. No me gusta esto, creo que ya he conocido lo suficiente el instituto y que es hora de que nos vayamos.
-Tienes razón, pero tapemos esto, no vaya a ser que se den cuenta.
Una vez que pusimos los barrotes en su lugar, nos fuimos a la zona de los apartamentos con un ritmo relativamente rápido. Lo habíamos pasado realmente mal en aquel lugar, no había sido una buena idea.
-Oye Daniel, sobre lo que ha pasado, ni una palabra a nadie ¿verdad?
-Verdad.
Mis piernas se detuvieron de sopetón y comencé a llorar, pero de risa. Olga me miró extrañada y con cara de preocupación, pero seguidamente me imitó. Ahí estábamos las dos, solas, en medio del camino y riéndonos como dos locas, cualquiera que nos viera pensaría que estábamos locas.
-Me acuerdo de tu cara –le dije señalándole con el dedo índice mientras me deshacía en carcajadas- no me la puedo borrar de la cabeza, esa cara de susto.
-Anda que tú, cuando bajábamos las escaleras.
-No te rías, tengo claustrofobia y a veces padezco ansiedad.
-Tú empezaste –reprochó, aún entre risas.
-Vale, vale, ya paremos de reírnos, cualquiera que nos vea.
Pero no podíamos parar de reírnos, estuvimos así cerca de unos tres minutos más, hasta que los músculos de la cara estaban tan tirantes, que dolían.
-Tienes razón, venga, vayámonos, tiene que ser ya medio día y yo tengo hambre, no sé tu.
-Sí y mucha –dije frotándome el estómago.
-Venga, vámonos.

Cerré la puerta del apartamento con llave, una vez dentro, a pesar de todo lo que me había reído antes, seguía asustada y no sabía por qué había unas celdas en un colegio y menos manchadas de sangre seca, aquello era muy raro. Pensé que sería mejor darme una ducha de agua caliente antes de picar algo, para despejarme un poco y quitarme toda esa pesadez que tenía sobre los hombros, la mañana había sido muy completa y estaba bastante cansada. Entré en el baño y encendí el grifo del agua caliente. Los cristales no tardaron en empañarse.
Cuando salí de la bañera, me puse un pantalón de chándal y una sudadera que había sido desechada como pijama hacía ya unos cuantos de años ya que me negaba a tirarla a pesar del empeño de mi madre en que lo hiciera. La echaba de menos, a ella y a Luck.
-¡Luck!
Me acordé de inmediato del video que me dejó mi hermano en mi móvil. Corrí hasta mi habitación y saqué el móvil de debajo de la almohada, una vieja costumbre desde que mi viejo gato, el cual murió hace unos años, me rajo la pantalla con sus afiladas uñas; y me dirigí al salón. Me relajé en el sofá, tapada con una gruesa manta azul marino mientras veía  el vídeo una y otra vez, intentando averiguar a qué venía eso y el motivo, pero el sueño atrasado y toda la emoción del día pudo conmigo y acabé dormida, con la cabeza aprisionada entre el brazo del sofá y la manta suave y cálida.
 Todo estaba oscuro y hacía mucho frío y escuchaba un suave goteo de algo que caía en el suelo. Me dolía la cabeza y notaba las muñecas aprisionadas en algo frío y áspero. Palpé mis muñecas y deduje que estaban sujetas por un metal que hacía que mi piel se irritase, dolía, dolía mucho. De pronto, la sala en la que me encontraba se iluminó fuertemente, hiriéndome los ojos haciendo que no viese nada, hasta que se acostumbraron a la potente luz y descubrí que me encontraba en una de las celdas del sótano del instituto y que lo que me agarraban las muñecas, eran dos de las cadenas enganchadas en la pared, las de oro. Comprobé que efectivamente mis muñecas estaban dañadas y sangrantes y que el goteo que había oído procedía del cuerpo de un zorro que colgaba del techo.
Miré al lugar del que procedía la luz y para mi sorpresa lo que me encontré, mejor dio, a quien me encontré fue a Olga, con una antorcha en una mano sangrienta.

Desperté de golpe entre sudores fríos y me faltaba el aire. Quité de una patada la manta con la que estaba arropada y me incorporé del sofá en el que me había dormido. Me llevé las manos a la cabeza mientras daba vueltas por el salón, recorriéndolo una y otra vez, de arriba abajo y de abajo arriba.
-¿Qué pasa cariño?
Enttre el susto y la emoción del momento no me había dado cuenta de que mi padre ya estaba en casa -¿qué hora era?-. Estaba observándome desde la puerta de su dormitorio, apollado en el marco de la puerta con esa estúpida bebida roja en una mano.
-No, no… no pasa nada papa, una pesadilla –no quería contarle el sueño que acaba de tener y menos explicarle por qué sabía que había un pasadizo en el instituto- ¿Qué hora es?
-Son las seis de la tarde. Acabé pronto y me vine para estar contigo un rato cielo. Ah, la directora me dijo que vayas a verla, tiene que enseñarte tu habitación.
-¿¡ Las seis!?- ¿cómo era posible que llevase dormida desde esta medio día?
_Vaya, si que te sorprende. Entré y te vi tan dormida que pensé que sería mejor no despertarte, como dijiste que habías dormido poco. ¿Has comido?
-Lo cierto es que no, me dormí sobre las doce, pero es igual, no tengo hambre. ¿Qué me has dicho sobre la directora?
-Que quiere que vayas a verla a su despacho, tiene que enseñarte tu habitación.
-Ah, vale –abrí la puerta de entrada y me disponía a salir cuando me di cuenta de que estaba descalza y que iba con la “sudadera pijama” y los pantalones de chándal, a si es que me dirigí a mi cuarto.- Creo que antes, debería cambiarme. –apunté señalando con un dedo al techo y entrando en mi habitación- No creo que sea una vestimenta apropiada para salir de casa.

La directora estaba en su despacho sentada en el sillón detrás del escritorio, rellenando unos papeles, cuando entré dentro.
-Hola, señorita Daniela Holmson.
-Hola, esto... mi padre me dijo que quería verme. –Su presencia me ponía más nerviosa de lo normal y ese olor dulzón que envolvía la estancia me estaba mareando.
-Así es –contestó sin levantar la cabeza de los papeles que estaba rellenando- quería enseñarle las instalaciones y su nuevo cuarto.
-Ah.
La directora se levantó de su asiento, metiendo los papeles en una carpeta azul cielo y guardándola en el cajón del escritorio.
-Vayamos, pues.

Era la segunda vez ese día que iba a visitar las instalaciones del centro, pero la directora no lo sabía y yo no estaba por la labor de decírselo, a si es que asentí a todo y de vez en cuando soltaba alguna exclamación de sorpresa, fingiendo que era la primera vez que veía el salón de actos o la biblioteca. Cuando llegamos a los dormitorios de las chicas, se detuvo en la puerta de entrada y me apuntó con palabras textuales  “que estaba terminantemente prohibido entrar en los aposentos de los barones”, algo que yo sabía de sobra.
Una vez que entramos en el pasillo, donde estaban las habitaciones de las chicas, se detuvo en la puerta con el número 145. – ¿Será este mi nuevo cuarto?-. Como si me hubiera leído el pensamiento contestó a mi pregunta de inmediato.
-Este es su habitación. –Indicó abriendo la puerta- Le recuerdo que debe permanecer aquí todos los días a excepción de los festivos, si quiere dormir en el departamento con su padre.
La habitación no era ni muy grande ni muy pequeña, era acogedora, por decirlo de alguna manera. Las paredes eran blancas y el suelo, como el resto del pasillo, era de madera. En el centro de la sala se encontraba una cama, vestida con una colcha blanca y a los pies tenía una manta azul cielo, que parecía un poco vieja, ya que estaba llena de bolas, a los pies de la cama, había un baúl de un tono oscuro y a la parte derecha del cabecero, se encontraba la mesita de noche. Enfrente de la cama, había un amplio armario del mismo color que el baúl, a conjunto con el cabecero y el escritorio, situado bajo una ventana con cortinas del mismo color que la manta que reposaba sobre la cama. Al otro lado había un tocador y en frente de este un sillón rojo. La directora se adelantó a mi paso y abrió una puerta situada en la pared contigua al armario.
-Este es el cuarto de baño. Siempre dispone de agua caliente y en el caso de que se quede sin geles de baño, solo tendrá que decírselo a la prefecta y ella se lo comunicará al servicio. Por lo demás, no hay nada que quede por enseñar. –Se dirigió hacia la puerta y me indicó que la siguiera.- Vamos, tiene usted que traer sus cosas o ¿quiere estar yendo y viniendo?
-No, claro que no.

En ese momento me alegré mucho de no haber sacado toda la ropa de la maleta y tener que volver a hacerla de nuevo, no me gustaba nada doblar la ropa y ordenarlo para que cupiese todo. Mi padre me ayudó con las cosas, él llevaba las bolsas con los libros y ropa y yo llevaba mi guitarra y una mochila con chocolates y patatas, mi padre se había empeñado en que me las llevase, por si me entraba hambre por la noche.
-No está nada mal, ¿no? Es acogedora –dijo entrando en la habitación.
-Bueno, me gustaba más la de casa.
-¿Dónde te dejo esto nena?
Se notaba que no quería hablar del tema, ya que ignoró mi comentario por completo.
-Puedes ponerlo sobre la cama –le indiqué con un gesto de la cabeza- ahora lo organizaré todo.
Así hizo, dejó los libros y la ropa sobre la cama. Se acercó a mí y me dio un beso en la frente.
-Parece mentira todo lo que has crecido y lo pronto que ha pasado el tiempo, pronto serás una adulta.
-Oh papá, solo tengo dieciséis años, aún me quedan algunos para ser adulta –le respondí levantando la cabeza para reprocharle que me acaba de llamar vieja, mirándole a los ojos.
-No tantos como los que tú crees. Adiós cielo, te dejaré sola para que tengas un rato de intimidad. Nos vemos a la hora de la cena.
Y se marchó, dejándome sola en mi nuevo “hogar”.



CAPITULO 9


Ese día para cenar mi padre se esmeró y me hizo mi cena favorita, huevos con patatas fritas y beicon, creo que lo que me estaba intentando hacer era la pelota, había visto que llevaba todo el día con cara apagada y quería animarme un poco, al menos eso supuse yo, no le gusta que coma tanta grasa.
-Y ¿a qué se debe esta cena? –no quería quedarme con la duda.
-Bueno, mañana ya es el día de la presentación y es como si te mudaras, ya no viviremos juntos y quería que cenaras tu comida favorita. ¿No puede un padre hacer feliz a su hija?
-Oh, por supuesto que sí –aunque si quisieras hacerme feliz, me sacarías de aquí- Gracias papá –me levanté de mi sitio y fui hacia él para darle un fuerte abrazo, a pesar de todo, sé que lo hacía por mi bien, o al menos, eso decía él.
-¿Dormirás hoy aquí o te irás ya al instituto?
-No, hoy dormiré aquí, ya habrá días suficientes para dormir en el instituto.
-Cierto.
-Y hablando de dormir, estoy muy cansada, creo que me iré ya a la cama –le di un beso de buenas noches en la mejilla a mi padre y me dirigí a la habitación.- Buenas noches papá.
-Buenas noches cielo.
Cerré la puerta detrás de mí y me coloqué el pijama, lo cierto es que estaba muy cansada después de la siesta que me había echado aquella tarde, pero mañana sería un día largo y tenía que despertarme pronto, a si es que decidí hacerle caso a mis párpados medio cerrados y meterme en la cama. No quería que llegase mañana.

El despertador me despertó, a las ocho, con su habitual sonido estridente y mi habitual susto del comiendo del día,  para indicarme que hoy comenzaba todo. Me levanté despacio de la cama, meditando en si merecía la pena levantarse tan temprano para ir a la presentación y mi sueño mañanero me decía que no, que no merecía la pena y lo cierto es que la cama no ayudaba mucho, mientras que mi conciencia me decía que sí quería llegar tarde y causar mala impresión. Ganó mi conciencia. A pesar de todo, me di una larga y reconfortante ducha de agua caliente, para despejarme un poco, pero lo único que conseguí fue temer al frío que me esperaba después, aunque conseguí salir, no iba a pasarme toda mi vida en una ducha –qué exagerada puedo llegar a ser-. Me sequé y me puse unos jeans ajustados con una camisa de cuadros negra y gris  y claro está una camiseta de tirantes debajo, negra, a conjunto con mis botas. Cuando salí del cuarto de baño descubrí que mi padre ya se había ido, los profesores tenían que estar antes que los alumnos, para prepararlo todo, por lo que me dijo mi padre, aquí hacían una bienvenida por todo lo alto.
Me preparé un café para desayunar, no tenía mucho apetito después de todo lo que cené la noche anterior y los nervios, no ayudaban a mi estómago.
Como aún tenía tiempo hasta la hora de la presentación, cogí mi guitarra y me fui al claro en el bosque que vi la vez anterior, cuando estaba huyendo de Olga, Tenía un árbol tumbado perfecto para sentarse al sol y poder tocar algo, hacía tiempo que no cogía la guitarra.
Mientras iba por el camino, me di cuenta de que no sabía nada de Max, le dije que le escribiría y él me dijo que también me escribiría, pero aún no lo habíamos hecho ninguno de los dos.
-Será mejor que espere, así le cuento un poco cómo van las cosas por aquí.
A veces me encontraba hablando en voz alta sin darme cuenta. Muchas veces me pasaba cuando había gente y me miraban con cara de aturdidos, seguro que por sus mentes pensaba que estaba loca. Yo también lo pensaba y más aún con esos sueños que tenía últimamente, eran tan reales, que me asustaba que fueran verdad.
Cuando llegué al claro, me senté en ese árbol tumbado –perfecto- pensé. No había nadie por allí que pudiera oírme, me daba vergüenza que la gente me escuchase tocar a excepción de mi familia claro, ya que no necesité profesor para aprender, el internet es muy útil en algunos casos. Toqué todo el repertorio de canciones lentas de los “Hot Chelle Rae” mi ánimo estaba en decadencia los últimos días y solo me apetecía escuchar música apagada y triste, eso no ayudaba a subirme la moral.
Después de un rato a solas con mi guitarra y meditando un rato me levanté dispuesta a irme, la presentación era en media hora y quería acicalarme un poco, no quería dar mala impresión siendo el primer día. Al darme la vuelta, descubrí que había alguien en la sombra de un árbol, observándome y me asusté, me asusté mucho.
-¿Quién anda ahí? –dije en un hilillo de voz. No sabía que me daba más miedo, si estar sola en el bosque y que alguien me estuviera observando o que me hubiera escuchado de tocar. Mis mejillas se encendieron al pensar en eso.
-Hola, no era mi intención asustarte, pasaba por aquí y escuché una guitarra.
La otra persona dio un paso al frente, dejándose al descubierto para poder ser vista. Resultó ser un chico y muy guapo, he de añadir: alto y de piel aceitunada. Su pelo era negro como el carbón y le llegaba justo por encima de los ojos, lo tenía despeinado y colocado de lado. Esa musculoso y de anchas espaldas, vestido con unos vaqueros oscuros, como su camiseta gris y su chupa de cuero negro.
-¿Nunca te han dicho que es de mala educación espiar a los demás? –Estaba enfadada. No me gustaba que nadie me escuchara tocar y menos un desconocido- Porque es una de las primeras cosas que se enseñan.
-No te estaba espiando –contestó defendiéndose mientras se acercaba más a mí- Ya te he dicho que pasaba por aquí.
-Vale.
-Oye lo siento, de verdad, permíteme que me presente y empecemos de nuevo. Soy Alex –me tendió una mano, a modo de saludo- ¿Y tú eres?
-Hola, yo soy la chica a la que espiabas, encantada. –Respondí sin cogerle la mano- Y si me disculpas tengo prisa.
Me alejé de él, dejándole solo y sorprendido –yo también me había sorprendido, nunca habría respondido así a nadie- yendo de nuevo al apartamento, para dejar la guitarra e irme a la presentación. Estaba enfadada y enfadada de verdad.

La entrada estaba distinta a como estaba el día anterior, había un pequeño escenario en la parte más alejada de la sala y estaba atestada de gente, gente que no había visto en mi vida.
-Espero encontrar a Olga por aquí. –Susurré para mí.
Había gente muy distinta entre sí. Vi a un grupo de chicas altas y esbeltas, vestidas con colores como rosa salmón, negro y grises de distintos tonos, tenían la piel muy pálida, algo que le iba totalmente perfecto con los tonos de sus ropas. Por el contrario, vi a una chica y un chico, con unos estilos que chocaban con el del grupo anterior. Él tenía el pelo de punta, de un rubio ceniciento, vestido con unos pantalones ajados y una camisa abierta al medio, dejando al descubierto otra en la que ponía “Haz el amor y no la guerra”, con unas chanclas de piscina. Mientras que ella de pelo rubio oxigenado y lila, iba vestida con unas medias de red rotas, unas botas como las mías, pero de color granate, una falda negra y una camiseta sin tirantes del mismo color. Parecían buena gente.
-¡Daniel!- Me llamaron- Aquí, ven.
Me giré y vi que era Olga, en ese momento me alegré de conocer a alguien.
-¡Olga, menos mal! Me estaba agobiando un poco al no ver ninguna cara conocida.
-Ya, te entiendo. Ven, quiero presentarte a alguien.
Para mi sorpresa, me llevó al sitio donde se encontraban el chico de los pantalones ajados y la chica de las medias de red.
-Daniel, estos son Peter y Bianca –dijo con un gesto de la mano- chicos, esta es Daniela, aunque prefiere que la llamen Daniel, a si es que ya sabéis.
-Hola –dijo la chica, inclinándose para darme dos besos.
-Encantado –contestó el chico, tendiéndome la mano- ¿Tú también eres nueva o eres de la vieja escuela?
-No, soy nueva –sonreí correspondiéndole al saludo- ¿Vosotros?
-También somos nuevos, no tenemos pintas de ser de aquí.
-¿A qué te refieres? –Preguntó Olga, robándome las palabras de la boca.
-Por lo que he podido ver, los antiguos alumnos son como esas –indicó con un gesto de la cabeza, al grupo de chicas en las que reparé antes- pijos y estirados.
Sonó un golpe fuerte, de aire en el micro del escenario y todos nos dimos la vuelta para poder ver a la directora.
-Alumnos, alumnas, buenos días a todos. –Dijo con un gesto abarcando a toda la sala- Es mi deber como directora darles la bienvenida a Vertoba, donde pasaran los próximos nueve meses. He de indicarles que las normas se encuentran en un sobre, encima de las camas de sus respectivas habitaciones, por lo tanto no se las recordaré ahora, han de leerlas luego. He de recordarles que mañana, las clases empezarán a las dice del medio día, en vez de ser como el horario habitual, para que puedan instalarse como es debido. Sin más demora, les dejo que disfruten del día. Para los antiguos alumnos, recuerden que hay una reunión a la una y media en la clase de lengua inglesa y para los nuevos alumnos una pequeña bienvenida en el salón de actos. Gracias.
-¿Por qué nosotros no asistimos a la reunión? –Pregunté dudosa, dirigiéndome a Olga, Peter y Bianca.
-No lo sé –respondió Peter- pero mejor, menos charla. Bueno señoritas, yo he de ir a llevar las cosas a mi habitación, las veo más tarde en el salón de actos. Disfruten hasta entonces de mi ausencia.
-Adiós- dijimos las tres al unísono, mezclando las palabras con carcajadas.
-Parece majo –añadí- ¿Ya os conocíais de antes?
-Que va –contestó Bianca- lo he conocido esta mañana al venir. A los dos nos dejaron en la puerta de entrada y vinimos por el camino, juntos. Es mono ¿verdad?-Olga y yo la miramos de reojo y con cara extrañada sin responder, creo que esa mirada le fue lo suficientemente clara porque se echó a reír- Tengo gustos raros.
-No si ya –contestó Olga riéndose- al menos es majo.
-Chicas, lo siento, pero me tengo que ir, un placer conocerte Daniel ¿no?
-Sí, Daniel, lo prefiero, gracias. Adiós Bianca y lo mismo digo, nos vemos luego.
-Sí claro.
Olga y yo nos la quedamos mirando mientras se alejaba con cara dubitativa.
-Rara, pero maja –comenté.
-Cierto. Oye Daniel, me tengo que ir yo también, aún no he traído las cosas a mi habitación, por cierto ¿qué número eres? Yo estoy en la habitación 147.
-Perfecto, estamos prácticamente al lado, yo estoy en la 145.
-Bien, luego me pasaré por allí a buscarte cuando acabe de colocar las cosas y así bajamos juntas al salón de actos.
-Vale.
Mi amiga se alejó dejándome sola entre aquella multitud de caras desconocidas. Decidí que mejor sería ir de vuelta a por la guitarra, ayer cuando me fui de nuevo al departamento, después de colocar las cosas en la habitación del instituto, decidí llevármela, no paraba de pensar que podría pasarle algo dejándola allí y fue un regalo de mi hermano, no podía separarme de ella.
-Eh, tú mira por dónde vas. No me lo puedo creer ¿tú?
Levanté la vista y vi que era la misma chica con la que me choqué aquel día en el aeropuerto, cuando íbamos a coger el avión para venir aquí. No me lo podía creer.
-Lo, lo... lo siento, iba distraída.
-Ya van dos veces las que te chocas conmigo, niñata, ten más cuidado. Encima ¿tú vas a estudiar aquí? Este instituto se ha llenado de paletos.
No sabía que responder, acababa de quedar como una tonta después de la humillación de esta chica, encima, para colmo se encontraba en el grupo de niñas pijas que Bianca había dicho, las populares.
-Que bien has empezado Daniel, te felicito –susurre.

-¿Qué dices? No te he oído –Todas sus amigas se echaron a reír, aumentando más mi humillación y llamando a la gente al corro que habían formado a mí alrededor. – ¿Eres sorda niña? Te he preguntado, que qué has dicho.
-Sharon, basta ya, te estás pasando.
Para mi sorpresa, la persona que había salido en mi defensa era Pierre.
-No sabes nada, a si es que no te metas, Pierre.
-Sí, sí que sé- se puso a mi lado- ella venía caminando y se ha chocado contigo y tú la estás humillando delante de todos.
-¿Por qué la defiendes? Ni siquiera la conoces.
-Te equivocas y si has acabado, vayámonos Daniel –me agarró de la mano y me sacó del corro para dirigirnos a la puerta de entrada.
-Muchas gracias, no tenías por qué.
-Sí, sí que tenía que hacerlo, Sharon se cree el centro del mundo y a veces hay que pararle los pies.
-Gracias.
-Deja de decir eso –me sonrió con esa sonrisa de lado, tan encantadora, como la del día en que le conocí.
-Vale –le respondí con una tímida sonrisa mientras abría la puerta.
-¿A dónde ibas? Si quieres te acompaño.
-Oh, no, no hace falta –agaché la cabeza, mis mejillas estaban ardiendo- iba al departamento a por mi guitarra y de vuelta a mi habitación.
-¿Tocas la guitarra? Me encanta, quiero oírte tocar.
-Esto… sí, claro.
-Si no te importa, claramente.
-No, claro.
-Vale, pues cuando quieras y puedas, quiero un concierto privado.
Levanté la cabeza y me quedé mirando sus ojos, perdida en ellos, sin saber qué contestar, no podía hacerlo, no podía tocar delante de la gente, me paralizaba y en vez de notas, lo que salía era un ruido estridente que hace llorar a los oídos.
-Ems… Pierre, tengo que irme. Muchas gracias de nuevo. Adiós.
Me alejé deprisa, casi corriendo, dejándole allí sin respuesta y con cara de aturdido.
-Acabas de chafar una gran oportunidad, bien Daniel, así se hace.





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